viernes. 22.11.2024

Atesoro desde hace seis años una hermosa carta de un amigo que ya no es de este mundo, pero que permanece en mi corazón. Le escribía a los Reyes Magos a través del cauce limpio de la mirada de su pequeña nieta Olivia, recién nacida, dice así:

            Querido Reyes Magos:

Os pedimos salud, para disfrutar tanta belleza como Olivia; inocencia, para superar tantas intenciones extrañas de estos tiempos; sencillez, para comprender a los demás, y alegría, para poder disfrutarlos; esperanza, para tener por qué vivir; y muchos años para el joven abuelo Timoteo, maestro de letras y comunicación, con la sana intención de que el mundo siga evolucionando en un diálogo que traiga la paz y el feliz desarrollo entre las antiguas tribus disfrazadas de países.

            Uno de los deseos no se cumplió. Jesús Timoteo se fue con los Reyes Magos, de eso hace ahora tres años. Se marchó para llevarles la comunicación y seguir trasladándonos un mensaje de humanidad entrañable, quizás instalada todavía en aquellos valores que, junto a las creencia de nuestra cultura, ahora yacen para la mayoría como despistados, entre el inmenso bagaje de Face News o de una oferta global que amenaza lo local, tradiciones, libertades esenciales y nuestra propia verdad.

            Este año he situado esa misiva, enmarcada, en mi Belén, parte esencial de nuestra cultura, justo al lado del árbol de Navidad con forma de volcán. Lo he realizado en homenaje a las gentes de La Palma, a esos que ya  han sido olvidados en mitad de tantas noticias, muchas catastróficas. Quiero recordarles con los que trabajan para que la crisis pandémica sea lo más leve posible y desaparezca cuanto antes. En esta ocasión he instalado una representación de los sectores económicos más afectados por la crisis: el turístico, el comercial o el artístico. Lo he iluminado todo con velas que enciendo cada día y que me sirven para protestar por las subidas energéticas, seguro que tienen que existir una revolución pacífica, una transformación, que acabe con las injusticias económicas, con las desigualdades sociales, con las discriminaciones, con la falta de libertad, con la marginación y con todos esos males que parecen enquistados para alterar nuestra convivencia pacífica y justa. El otro existe y necesita nuestra comprensión y nuestro respeto.

            “Si hemos de crear un mundo nuevo, una nueva civilización, un arte nuevo, no contaminado por la tradición, el miedo, las ambiciones, si hemos de originar juntos una nueva sociedad en la que no existan el «tú» y el «yo», sino lo nuestro”, este es parte del legado que nos dejó Jiddu Krishnamurti (1895-1986), un conocido escritor y orador en materia filosófica y espiritual indio, en su diario “El Libro de la Vida” -qué hermoso título-.

            Como cada año, bajo la estrella de Belén, en lo más alto, hay una gran foto de una patera, al lado de recuerdos de ancianos que viven solos; de niños que padecen guerras y hambre; de enfermos curables o no; de mujeres maltratadas y de las que defienden la igualdad; de minusválidos, de refugiados, de drogadictos, de discriminados o perseguidos por razón de sexo, ideología o religión; de presos, de condenados a muerte; de pobres; de los compañeros periodistas que han muerto cumpliendo con su trabajo. Las hay de voluntarios y de miembros de ONG, de sanitarios, religiosos misioneros y de militares en misión de paz. Me emocionan las de los familiares y amigos dedicados a cuidar de ancianos y enfermos, suelen ser los grandes olvidados. Me acuerdo especialmente de los que han perdido a sus seres queridos.

            En todas esas representaciones hay lecciones que nacen del corazón, de lo espontáneo y de la reflexión amable. Casi nada hay que inventar, solo abrir las ventanas de la mente, dejarse fluir, y leer a personas como Teresa de Calcuta:  “La gente a menudo no es razonable, es ilógica y egoísta; perdónalos de todas formas. Si eres amable, la gente puede acusarte de egoísta o tener intenciones ocultas; sé amable de todas formas. Si tienes éxito, te ganarás algunos falsos amigos y algunos verdaderos enemigos; ten éxito de todas formas. Si eres honesto y franco, la gente puede engañarte; sé honesto y franco de todas formas. Lo que tú puedes estar años construyendo, alguien podría destruirlo en una noche; construye de todas formas. Si encuentras la serenidad y felicidad, la gente puede sentir celos de ti; se feliz de todas formas. El bien que haces hoy, la gente posiblemente lo olvidará mañana; haz el bien de todas formas. Da al mundo lo mejor que tengas, e incluso podría no ser suficiente; da al mundo lo mejor que tengas de todas formas. Sabes, en el análisis final, se trata de algo entre Dios y tú; nunca entre tú y la gente de todas formas”.

            Es Navidad. Mi árbol resplandece porque soy consecuente con mi cultura y corrijo mis dudas al pensar en los demás, especialmente en buenos amigos y maestros como Jesús Timoteo.

Alberto Barciela

Periodista

Mi árbol de Navidad