Hace veinticinco años de casi todo. El 21 de julio de 1996 José Otero Abeledo se convirtió en mito. El personaje se sobrepuso a la persona para forjar una leyenda inconclusa, un relato que celosamente guarda la Fundación Laxeiro y que en paulatina evolución se regenera con nuevas perspectivas sobre su figura y su obra. El legado es permanentemente enriquecido por nuevas aportaciones, por matices también nuevos, por la emergencia de la fuerza creativa de un artista esencial de la vanguardia histórica.
Laxeiro es como una aldea universal. Hubo de trasladarse de su lugar de nacimiento, siempre presente, porque le resultaba imposible constreñir sus potencialidades. Así llegaron La Habana, Pontevedra, Vigo, Buenos Aires, Madrid... Gozó de un entendimiento intuitivo, múltiple, y lo expresó como librepensador creativo dotado de capacidades filosófica y humanista únicas que, con no pocos esfuerzos, supo completar con estudios técnicos, por ejemplo en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y dedicación.
Idealizado, Laxeiro sería como un esperpento, contextualizado es un personaje de amplitudes insólitas en el arte, en el pensamiento, en la sociedad e, incluso, en su trascendencia como uno de los ejes de un momento generacional post-Nós, con influencia, reconocida en Latinoamérica y Europa, expandida hasta la actualidad.
Laxeiro es cunqueirán, valleinclanesco, un paisano de Lalín, un urbanita de la cultura de Vigo y un sideral ciudadano de sus propios mundos. Lo era sentado en un café, en la tertulia, ante el caballete o confrontado con la más alta autoridad civil, militar, eclesiástica y artística; lo era como sarcástico humorista, conquistador pendenciero o barbero ambulante. Y fundamentalmente lo era como amigo, al principio en Lalín, de Ramón María Aller - el que le proporcionó los primeros útiles artísticos para empezar a pintar en el Hospitalillo- y Enrique Vidal Abascal; luego de artistas con los que formó el denominado Movimiento de los Renovadores, Maside, Colmeiro, Souto, Seoane; después con Lugrís, Antón Lamazares, Lodeiro o José Mª Barreiro -con quienes compartió vidas y afanes en la ciudad olívica y “s-exilio” en Argentina; más tarde con Antón Pulido, Alfonso Sucasas o Xavier Magalhaes -al que le enseñó las buenas artes... y las malas-; y siempre de tantos tertulianos y chimpatazas divertidos de Vigo, en el Bar Eligio, el Derby o el Goya; en el pontevedrés Café Moderno o en el madrileño Café Gijón, sobre el que fijó su residencia.
El dibujo como verdad, la pintura como fantasía. El Laxeiro retratista es fiel a los rasgos, el pintor se fascina con los mundos paralelos y fabula. La dicotomía es permanente, el estilo reconocible. Existe un horror al vacío. Todo nace con la que dio en llamarse Estética del Granito, que una eminencia como Antón Castro calificó como “un punto de encuentro maduro de lo tradicional con lo moderno, una reacción frente a la estética regionalista” y continúa con su gesto expresionista, sintonizando con los diferentes momentos de la pintura de pulsión que atravesaron el convulso siglo XX.
La obra de este artista genial, inquieto y original, goza de un Catálogo Universal, el primero de un artista gallego, en el que figuran casi 4.000 piezas, lo que habla de su prolífica capacidad creativa y encuadra su impronta, su evolución e importancia. En él está ejemplarizada la influencia sobre las nuevas generaciones de artistas, como quiso reivindicar el Grupo Atlántica en aquella exposición homenaje, realizada en Vigo en 1981, nuevas generaciones a las que se comprometió a ayudar con la labor de su Fundación.
José Otero Abeledo dejó dicho que “... la pintura será eternamente un milagro del hombre de hoy, como lo fue para el hombre de las cavernas que, sin saber cómo, sintió un deleite especial en reproducir, por medio de la línea y la mancha, la imagen de los animales que le rodeaban”.
Veinticinco años después de su muerte física, yo me pregunto cómo hará un ateo “para convencer a Dios de que no existe”. Seguro que siguen de divertida tertulia. Como diría José Otero Abeledo, Laxeiro, “no sé cómo lo sé, pero lo sé”.
Alberto Barciela
Periodista