viernes. 22.11.2024

            Acabo de leer el libro “Contar la verdad” de Bieito Rubido. Supone un detallado recorrido por su experiencia profesional, singularmente como director de periódico, por el conocimiento de grandes personajes. El periodista gallego expone algunos aspectos relevantes de una profesión, el periodismo, que él conoce como pocos tras ejercerla durante cuarenta años.

            Coincido en casi todas sus apreciaciones. Tan solo matizaría algunos enfoques que desde la comunicación institucional, en la que yo tuve larga experiencia, se perciben de manera distinta. Pero tan sutiles son las diferencias que no merece distraerse al lector. Lo esencial nos une en el amor por una profesión en la que abundan las vanidades pero también el servicio público. En todo caso, el libro de Bieito Rubido lo es y será un referente para todos, en especial, para los futuros periodistas.

            Los medios de comunicación son la única garantía de la verdad de la información. El papel de los profesionales es ejercer de notarios de la historia real, relatar con competencia hechos y circunstancias ciertos y contrastados, emitir juicios avalados y ejercer críticas con afán constructivo, al servicio de lo que realmente ocurre y no de lo que uno quisiera que ocurriese.

            En la mesa redonda de las redacciones o desde su puesto en las corresponsalías, en los conflictos más dispares, en redes o en un cruce de caminos, los profesionales de la información debemos intuirnos como los caballeros de la búsqueda de lo auténtico. Es nuestra obligación deontológica relatar con equidad hechos, vidas, afanes, desvelar iniquidades y mentiras y reconocer nuestros propios errores. Hemos de ejercitarnos como equilibrio del poder, sea el que fuere, político, económico, judicial o social, para asegurar el cumplimiento de nuestra incumbencia estricta: informar, formar y entretener. He ahí la máxima de quienes solo tenemos por armas la escritura, la voz y la imagen. Con ellas hemos de enfrentarnos a un ahora de verdades construidas, noticias falsas y, lo peor, a quienes con recursos superlativos y de manera oculta las provocan.  Como denunciamos en el Congreso de Editores Europa América Latina Caribe, que tuve el honor de dirigir hace unos meses en Madrid.

            El periodismo es una de las profesiones más bellas y exigentes. Hoy, padece un intrusismo desaforado y la censura de la abundancia superlativa de noticias e intereses espurios. Por eso la responsabilidad de la profesión es más importante que nunca y, aun en su punto romántico, se consolida como la necesaria referencia de la realidad contrastada, utilizando sus herramientas: el secreto profesional -el único aval de confidencialidad de las fuentes- y la asunción de un irrenunciable código deontológico.

            Existe como una necesidad compulsiva de participar de la actualidad con protagonismo, se teme perder capacidad de influencia y se busca notoriedad apropiada, es decir, los ciudadanos se revisten de humoristas, de periodistas, de políticos, de abogados, de médicos, de emisores y de mensaje, solo condicionado por la capacidad técnica de emisión. El reparo, si existe, es el pago de una cuota a una telefónica, el resto es prisa por participar de la ansiedad común e irreflexiva, por buscar ser influyente, a la hora que sea y arriesgando en ello la intimidad y los datos personales. Y en ello, en uno u otro momento, caemos todos

            El mundo cambia y los medios han de adaptarse y evolucionar con criterio, respondiendo siempre con las cabeceras y las firmas de lo que se publica. Eso lo ha hecho Bieito Rubido en sus desempeños profesionales, renunciando no pocas veces a una exclusiva. Ahora nos cuenta una buena parte de su experiencia, la ha puesto negro sobre blanco, con su buen estilo y un rigor desacostumbrado.

Alberto Barciela

Periodista

La verdad contemporánea