viernes. 22.11.2024

Los humanos nos convertimos en lo que se cuenta de nosotros. No es la razón la que guía los juicios colectivos, es la percepción subjetiva de las mayorías, de las masas si se quiere, las que nos dibuja y moldea.

            Los psicólogos hablan de profecías que se cumplen por el hecho de enunciarlas. En educación se alude al Efecto Pigmalión, la potencial influencia que ejerce la creencia de una persona en el rendimiento de otra. En México, se conserva una tradición llamada los cultivos, burla o divertimiento de los vecinos de una localidad que dedican a asignarle a alguien una característica de la que carece y que este acaba adoptando.

            En el imaginario español se inscribe una expresión: hacer luz de gas a alguien, que consiste en intentar que una persona dude de su razón o juicio mediante una prolongada labor de descrédito de sus percepciones y recuerdos.

            Quizás lo antedicho quepa adscribirlo sin más a una suerte de realismo mágico, de trasposición clarividente de una realidad cualquiera o de prodigiosa ensoñación. La vida es sueño y a veces cuanto ocurre supera a la propia experiencia.

            La imaginación sólo nos permite vivir en contradicción, somos lo que somos y es lo que es y, al tiempo, somos lo que soñamos y es lo que sospechamos. Los castillos pueden construirse en el aire, pero después hay que saber asentarlos, cimentarlos.

            No hay causas definitivas, ni explicaciones, ni razonamientos, ni remedios... El ser humano apenas alcanza la compresión puntual y escasa de lo que sus sentidos le permiten percibir y entender. Aún así es probable que la evolución se encargue de confirmar y luego corregir todos los planteamientos definitivos de los que seamos capaces como especie racional, incluso éste.

            El ser humano alcanza a acordar ciertos convencionalismos de supervivencia, a otorgar explicaciones lógicas de su existencia a un mundo inabarcable, e incluso bordear otras que produce su fértil fantasía. Por ende, dicen que existen otras dimensiones u comprensiones, realidades distintas, complementarias, paralelas o no.

            Lo evidente es que el nuevo Gobierno ha de administrar las nuevas ayudas europeas. En ellas fundamos nuestras esperanzas de recuperación. No obstante, quizás de la percepción de novedad y eficacia nos aleje el barullo pandémico. Todo resulta muy confuso para un dinero que Bruselas teme que no seamos capaces de articular ni de consumir ni de gestionar con transparencia. Un ejemplo: no aparenta demasiada lógica ni suficiencia que solo se adjudiquen 3.400 millones para la transformación del turismo, primera industria de este país, cuando se asignan 3.900 millones de euros para una oficina llamada España Nación Emprendedora, dirigida por Francisco Polo, que libremente se presenta en las redes como empresario, político -miembro de la ejecutiva del PSOE- y activista LGTB español.

            Deseo que el proclamado Alto Comisionado acierte, pero la desproporción de las ayudas activa dudas. El señor Polo no tienen por qué darnos ningún palo y sí alguna zanahoria. Cultivemos la eficacia y el optimismo, la confianza es otra cosa.

El Polo, el palo y la zanahoria