Las islas permanecen ancladas, como inmóviles, inconmovibles por su historia distante de la salubridad humana. Lazareto, cárcel, orfanato pesan sobre la lírica. De la orilla del mundo las separa un estrecho margen de agua, pero de la vida las distancia un abismo de huellas indeseadas. San Simón y San Antón son un testimonio bello a los que solo salvan el paisaje y el recuerdo monástico y lírico, poco para rendir pleitesía a la amistad apelada de los cantores medievales: Ediame eu na ermida de San Simon /e cercaronmi as ondas, que grandes son;/¡eu atendendo o meu amigo, /eu atendendo o meu amigo!
El viento sinfoniza la ensenada. Los windsurfistas cabalgan sobre el viento Norte y modernizan un paisaje cambiante de luces solares. Las aves se adueñan del espacio natural. Todo es igual y nada es igual. Las percepciones se someten a las sensibilidades. Los azules requiebran a las blanquecinas nubes, el verde impacta en la bajamar, el amarillo de la arena acoge mientras los buzos de Julio Verne emergen. Todo es sublime.
El oro de la Historia sitúa la batalla de Rande en plena ensenada, allá el 23 de octubre de 1702. Los cañonazos restellan en las memorias contradictorias que salvan un tesoro pero hunden una flota. En el imaginario, los carros de bueyes corren hacia la Corte española, vía Lugo, transportando el fulgor de América: plata y metales preciosos. Los papagayos, liberados de sus jaulas, se dispersan para aportar color y estrépito que ha de conservarse hasta el mito pontevedrés de Ravachol, presidiendo el carnaval propio de teóricos derrotados que burlaron al enemigo y que cantan con mascaritas. Parece el final, el declive está ahí, pero España siempre resurge de sus males y los baila.
El Puente de Rande une, la evocación separa a sajones, holandeses, franceses y españoles. Europa se citó en el mar de Vigo para masacrarse en pos de la vil moneda. Piratas, sicarios y corsarios, católicos y protestantes. Esperanzas fingidas.
Y las islas, permanecen como testigos de libertades camufladas entre ambiciones e ignorancias, entre afectos y desafectos, entre rivalidades. La historia o la histeria quisieron que en el mismo lugar feneciesen encarceladas o ahogadas las ideologías, unos presos otros turistas casuales. Y al fondo, lo relevante, el ejemplo del pueblo de Redondela mostrando su solidaridad a través de sus “madriñas”, mujeres casi anónimas de todas las parroquias que llevaron consuelo a quien lo necesitaba, los presos de las Islas, ejerciendo una labor humanitaria ejemplar como lavanderas, mensajeras, enfermeras, etc. Cuanto consuelo, cuanta lección, cuanto heroísmo sin cuotas.
La Historia nunca es justa. Depende de quien la escriba. Necesitamos una cuarentena de respeto, de igualdad, de perdón, de generosidad, de entendimiento y de convivencia. En la alameda de la real Villa de los viaductos se puede admirar el homenaje a aquellas mujeres ejemplares, hoy elevadas del anónimo a nombres y rostros reconocibles. En plenas fiestas del Corpus, de la Coca, ellas, son parte de la mejor celebración de un pueblo que no quiere olvidar la lección aprendida. Yo me siento orgulloso de todas ellas.
Alberto Barciela
Periodista redondelano