Para llegar a la concreción hay que ser consciente de lo que se hace. Conocer, sentir, palpitar y quizás terminar siendo inconformista con el resultado, pues el autor, en este caso Rafael Úbeda, aspira a la perfección sinfónica, a una melodía capaz de transformarse, siempre armónica, aunque nunca eterna. Intentar trazar un infinito es apetecer la la eternidad, y quizás esa es un anhelo, no una obligación.
Hay que actuar con exigencia, con la autoridad de un conocimiento sentido y adquirido, tras observar el mundo -Pontevedra, Madrid, Países Bajos, Roma -en donde conoció a Fellini, a Goffredo Petrassi, a Renato Guttuso, a Totò, y recibió el Gran Premio de Roma, en el lugar en que se enamoró de Alba Montori, la hija del jefe de escenografía de Cinecittà, Alfredo Montori-; Israel, Barcelona, Tenerife y Samieira, en Poio, y saber trasladarlo a una fórmula, a un dibujo que nunca se considera acabado, que se corregiría hasta el infinito, como Juan Ramón hacía con sus poemas (“No lo toquéis ya más, que así es la rosa”). En esa exigencia ha pervivido Rafael Úbeda, protagonista de una gran exposición retrospectiva en la Cidade da Cultura de Galicia, en Santiago de Compostela, comisariada con maestría por por Pilar Corredoira, en la que se exhiben 56 pinturas, 5 dibujos y una pieza audiovisual..

Rafael sabe a sus 92 años que crear es descubrir, es inaugurar un mundo de hallazgos que necesariamente se ha de describir con una limitación formal, pero provocadora de imaginaciones atentas, dispuestas a que un pincel ejerza cual batuta, a que el pintor ordene la ejecución coordinada de infinitas posibilidades que han de conjugarse como una sola voz. Describir significa también definir imperfectamente alguna cosa: no por sus predicados esenciales, sino por una idea general de sus partes o propiedades. Según el Diccionario de Autoridades (Tomo III (1732), es la delineación, figura o dibujo de alguna cosa por todas sus partes. Viene del Latino Descriptio, que significa esto mismo. Según la misma referencia, descripción vale también como narración, discurso, representación con palabras, de alguna cosa, menudamente, y con todas sus circunstancias y partes. Úbeda ha sido capaz de componer música en lo que en general llamamos pinturas o cuadro, en lo que encuadramos como una interpretación rutinaria de lo que en sí es sublime. Cada una de sus obras es como una partitura interminable, deleitable.
Uno puede no llegar a las almas, incluso no percibir las de gentes muy próximas, familiares o amigos, menos la de los artistas. Se llega al conocimiento de las personas, la mayoría de las veces de modo superficial. Se propende a acariciar, pero sin hondura. Las almas solo se perciben, y casi se visualizan, en las madres y en los creadores, en el amor incuestionable y en su proyección. Sutilmente se explayan las de aquellos que aportan novedad, que revelan su interior en libros o en dibujos o en pinturas y no falsifican la surgencia íntima. A los demás, corresponde vislumbrar desde otro espíritu, que ocultamos, no queremos o no sabemos expresar. El alma puede ser tímida.
Es posible que la historia se haya iniciado con un simple bosquejo, con un punto al que seguiría un garabato, y consecuentemente el trazo de un boceto tomado del natural. En él, mil líneas más allá, se toparía la esencia de todos los dibujos, en la misma inspiración espontánea, imitación primero, original después, abstracta al final, como al principio. Germen y consecuencia, topar lo buscado como belleza entre lo improvisado. Todo en la nada.
Crear es hallar lo que carece de precedentes. No es encontrar en forma exacta, es transgredir el orden, eso que les está vetado a los matemáticos o a los científicos. Ellos recomponen sobre estructuras preexistentes, se mueven entre lo ínfimo y lo universal. Un artista como Rafael Úbeda, por el contrario, persigue la originalidad en todos los órdenes. Un rasgo, una pincelada, una palabra, una frase, un verso, un párrafo, un poema, un ensayo, una novela, una escultura, un cuadro, buscan su propio status ex novo. Y la creación sucede.... se trata de “hacer las cosas bien. Nada más”. Su pintura es música y color y... la nave va, como diría su amigo Fellini, y esta vez ha varado felizmente en el Gaias compostelano.
Alberto Barciela
Periodista