Gonzalo y Javier se encuentran un año más al inicio
del pandillero verano en la brava y arrolladora playa portuguesa.
Sentados y mirando al horizonte marino- que tantos
cuerpos se traga año tras año- en donde el mar se muestra auténtico, imponente
y temible.
El mar realiza su trabajo a pleno pulmón: el sol pica,
las olas imponen, la brisa broncea. En
su sencillez ruda, el mar hace bien lo que sabe hacer.
Gonzalo y Javier mantienen una conversación de principios de verano de máximo interés: pasan lista a las altas y a las bajas de la pandilla… Un sinfín de novedades. ¡Siempre hay alguna ausencia que duele!
De repente Gonzalo reta a Javier: “¿un verano
desconectado de tecnología?” Más mar, más arena, más verbos, más ejercicios,
más aventura, más calle, más libros, más reflexión… y muchos más más.
Y Javier sin saber del todo el porqué, recoge el guante, como si fuera un
juego de niños…
Pero fíjate tú, en sus lechos de muerte ambos recuerdan todavía el reto que tantos años duró
y tanto les marco. Lo perciben como un reto de energía y de alegría. Y lo sienten
más como ganancia que como una
pérdida.
¡Hay! Cuando el cielo está cerca distinguimos con más
nitidez voz y eco.
Fueron grandes lectores…
Y al verano siguiente de su fallecimiento, el mar nos
recuerda su ausencia. El bravo mar luso que un día fue testigo de un pacto entre
niños que duró y duró y duró… El mar supone que les fue bien.
El mar también carece de artilugios tecnológicos, no
importa para su esencia. En cierta manera, con su bravura y potencia, parece
que al menos este año tributa un homenaje a nuestros intrépidos jóvenes, que un
día hicieron un pacto que duró.
POSTDATA:
Lo escrito hasta aquí fue anterior a La crisis de covid
19, me da que pensar…Dicen los que saben que viene un desarrollo de la
inteligencia artificial. Puede ser, no lo sé, que el mensaje de Gonzalo y
Javier suba a la cresta de la ola.
Os pregunto allí donde estéis:
¿Os dejaríais meter un chips en vuestro body?
Por G. Sierra. [email protected]