viernes. 27.12.2024

Homero habla de Ulises, un héroe que logra regresar a su hogar después de la guerra. Un relato inspirador tanto para los antiguos como para el mundo actual. Su historia refleja el esfuerzo y la perseverancia: sus virtudes, para hacer frente a las dificultades y pasiones de la vida humana.

En Ulises, estas cuatro virtudes aparecen en diversos episodios.

La Prudencia: brilla en dos episodios espectaculares:

En la genial estratagema del Caballo de Troya y en la peligrosa relación con el cíclope Polifemo.

En ambas situaciones, aparecen sus ingredientes básicos: memoria del pasado, evaluación del presente, aproximación al futuro, con previsión y precaución.

Se trata de una virtud teórica y práctica, que exige pensar bien y obrar bien. Ulises delibera correctamente y obra en consecuencia: es prudente. Todo lo ejecuta al detalle; es minucioso; prevé las consecuencias, no deja cabos sueltos.

La persona prudente es reflexiva, pues como dice Gracián: aunque el no y el si son muy breves de decir, a veces se deben pensar mucho. Prudencia es aplicar a cada situación el principio de la razón práctica: Hay que hacer el bien y evitar el mal. Por tanto, una acción inmoral –mala- es imprudente.

Se trata de una virtud necesaria, especialmente en personas de las que dependen otras: padres, profesores, políticos, militares, periodistas, sacerdotes… Es una virtud que se nutre de la propia experiencia y de la ajena, de la reflexión y del buen consejo de los expertos. Cuando Enrique VIII, ejecutó a Tomás Moro, su Lord Canciller; Carlos V comento: yo hubiera preferido perder la mejor de mis ciudades antes que un consejero tan valioso.

Hay muchos obstáculos que pueden presentarse a la hora de obrar con prudencia: la precipitación, la desgana, la rutina, la tiranía de la moda, el sentimentalismo, la violencia de las pasiones, los antiguos fracasos; por eso es necesario que la prudencia vaya acompañada de la fortaleza.

JUSTICIA

El ser humano es sociable; pero la sociabilidad sólo es posible cuando se respetan unas reglas: las leyes. Decimos que, quién cumple las leyes es justo. Para proteger y ordenar la libertad, son necesarias las leyes y su cumplimiento promueve la justicia. Algo tan fácil de ver, es sumamente difícil de conseguir, pero los griegos se empeñaron.

En las ciudades griegas, las polis, se tuvo la oportunidad de configurar una sociedad de hombres libres. La conducta justa impregna el mundo homérico, pues no aman los dioses felices las acciones impías sino que honran la justicia y las obras discretas de los hombres.

En Grecia la justicia define al hombre, por eso Homero retrata a Polifemo, que no es hombre, es cíclope, como salvaje, desconocedor de la justicia y de las leyes. También por eso, se pregunta siempre Ulises, al llegar a una tierra extraña: ¿qué clase de hombres habrá en ésta la tierra, serán soberbios, salvajes y carentes de justicia, o amigos y con piedad hacia los dioses?

Los griegos lo tenían muy claro, de la obediencia a las leyes dependía la propia supervivencia de sus ciudades. Heráclito dirá que las leyes son más importantes que las murallas de la ciudad.

Si con frecuencia naufragamos en la justicia, siempre queda, como tabla de salvación, la ley. Ese rey invisible, dice Aristóteles, que somete a los transgresores del derecho, e impide los abusos de los más fuertes. Gracias a la ley no nos gobierna un hombre, sino la razón; no nos gobierna el capricho personal de un gobernante, sino toda una decantación de sabiduría.

La ley natural. Establecer lo que es justo no siempre es fácil y menos en espacios donde conviven muchos pueblos diversos: eso sucedía en Grecia, eso sucedía en Roma; eso sucedió durante muchos siglos en toda la cuenca del Mediterráneo. Homero y después Sófocles, Sócrates, Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca, Marco Aurelio, harán referencia explícita e implícita a las leyes no escritas: leyes que los dioses han grabado en el corazón humano.

Así, en Grecia y Roma, por confluencia de filósofos, legisladores y escritores, se reconoció la naturaleza humana como fuente jurídica de validez universal; el derecho natural configuro la Edad Media europea, parte de la moderna, hasta inspirar las actuales declaraciones de derechos humanos.

La conexión con la ley natural otorga a las leyes humanas su legitimidad, pues el mero ejercicio del poder no constituye su fundamento.

TEMPLANZA

Junto a la prudencia y la justicia una tercera virtud fundamental: la templanza. Consiste en no confundir el placer con el bien, en poner el placer en su sitio, que siempre es una posición secundaria; dicho con otras palabras, consiste en la gestión racional del placer, una gestión que requiere autocontrol, dominio de sí. La templanza brilla en la fidelidad de Penélope, pero también en Ulises, que tiene la posibilidad de dejar a su esposa por mujeres y semidiosas, que lo pretenden: Nausicaa, Cirse, Calypso…

La templanza es especialmente necesaria para proteger el equilibrio personal y la libertad interior. Libertad, por ejemplo, frente al hedonismo y el consumismo, cuya presión puede resultar apabullante. En uno de sus grandes mitos, Platón acertó al representar el tirón del placer, como un fogoso caballo negro que tiende a desbocarse y necesita ser refrenado.

Tres siglos antes que Platón, Homero había escrito el célebre episodio de las sirenas; su canto era tan seductor, que quién lo escuchaba se entregaba a ellas y nunca más regresaba a casa. Ulises sabía a lo que se enfrentaba y quiso escuchar ese canto, pero tomo precauciones, puso la prudencia al servicio de la templanza: taponó con cera los oídos de sus hombres y se hizo atar fuertemente al mástil de la nave. Esa imagen ha quedado en la cultura occidental como símbolo de la importancia del dominio de sí, del autocontrol.

FORTALEZA

Nos falta una virtud para completar las 4 de Ulises: la fortaleza. Los seres humanos no obramos el bien con facilidad, al menos no con la facilidad, con la espontaneidad y con la naturalidad de la función clorofílica; experimentamos más bien lo contrario: que la vida es una larguísima carrera de obstáculos. Eso fue y en grado superlativo la historia de Ulises, narrada por Homero: 10 años de guerra en Troya y 10 años de accidentado regreso a Ítaca. A lo largo de esos 20 años de dificultades sin tregua, a menudo entre la vida y la muerte, Ulises destaca por su paciencia, su valentía, su esfuerzo, su capacidad de sufrimiento; así, ante el infortunio que se le predice responde: lo soportaré en mi pecho con ánimo paciente pues ya soporté mucho, soporté mucho más en el mar y en la guerra.

¿Cómo logra Ulises semejante fuerza de voluntad? La fortaleza tiene mucho que ver con la esperanza, la mayor fortaleza es la que se nutre de la mayor esperanza, de ahí la fidelidad sin fisuras de Penélope, sostenida por el amor; de ahí el esfuerzo de Ulises, alimentado día a día por el recuerdo de su esposa y de su patria. La fortaleza también es requisito de todas las virtudes; Marco Aurelio sentencia, en uno de sus mejores aforismos, que la vida se parece más a la lucha que a la danza; por eso, como avisan repetidamente los estoicos, quien no persigue la virtud, quien lucha poco, se suele convertir en una rémora para sí mismo, para su familia, para la sociedad.

Homero pasó el testigo a Sócrates, incansable a la hora de repetir que el cuidado del alma, por medio de la virtud, es mucho más importante que la preocupación por el cuerpo. Platón a su vez, recogió el testigo de Sócrates y nos dejo está perla: si el semblante de la virtud pudiera verse enamoraría a todos. Aristóteles, el gran discípulo de Platón, nos dejara la ética a Nicómaco, tan inmortal como los poemas homéricos, aunque mucho más difícil, y nos dirá que la diferencia entre una persona con virtudes y otra persona sin ellas es la misma que entre un vivo y un muerto. Teórico y práctico, el gran preceptor de Alejandro, también nos dirá que el secreto de la virtud está en los hábitos, esa estrategia de repetición que nos da, junto a una innata naturaleza biológica, una segunda naturaleza moral.

La mejor exposición, antigua, de estas cuatro virtudes es la que realiza Aristóteles en su libro citado; la mejor exposición moderna pienso que es el título de Josef Pieper, filósofo alemán del siglo 20, en el libro: las virtudes fundamentales, donde añade a las cuatro cardinales, las tres teologales: la fe, la esperanza y la caridad.

Al terminar esta exposición me viene a la cabeza una censura de San Agustín: se nos llena la boca con el sonoro nombre de Platón y no con el glorioso nombre de nuestro Salvador Jesucristo. Tiene razón el santo, porque como cita un antiguo himno, en Jesús y en su madre María, brillan las banderas de todas las virtudes.

Texto extracto por Alfonso Sánchez, de la exposición original de José Ramón Ayllón, filósofo y escritor: Las virtudes de Ulises. Verano 2020.

Homero, Ulises y sus virtudes (Poemas épicos, 800 a.C.)