lunes. 21.04.2025

Un año más, he sido testigo de la magia que envuelve el "Encuentro" en este Viernes Santo. Aunque la lluvia nos obligó a refugiarnos en la iglesia de San Francisco, en lugar de la habitual Plaza Mayor, la emoción se palpaba en el ambiente, denso y expectante. La iglesia, abarrotada de fieles, era un hervidero de murmullos antes de que comenzara el acto, un ritual que para muchos de nosotros marca el corazón de la Semana Santa viveirense.

Los mayores recuerdan aquellos años en los que la gente llegaba de los pueblos vecinos y pasaba la noche en vela dentro de las iglesias, aguardando el alba para presenciar este momento único. Hoy, a las diez de la mañana, la tradición perdura, aunque el horario haya cambiado con el tiempo.

Este año, la prédica del reverendo Juan Manuel Basoa Rodríguez, sacerdote de la Unidad Pastoral de Villalba, nos caló hondo. Sus palabras, cuidadosamente entrelazadas con las evoluciones de las veneradas figuras articuladas, lograron conmovernos en varios pasajes. Es impresionante cómo la fe y el arte se fusionan en este "acto pasional", como bien lo define el cronista local, Carlos Nuevo, despojándolo de la etiqueta de "auto sacramental".

Y es que ellas, las figuras articuladas, son las auténticas joyas de la Semana Santa viveirense. Hoy, en el presbiterio de San Francisco, gracias al esfuerzo de los hermanos costaleros, hemos podido contemplar a los cuatro protagonistas de este drama sacro: el Cristo que cae, la Virgen Dolorosa, la Verónica y San Juan.

La imagen del Cristo, la más antigua de todas, datada del siglo XV, sigue conservando ese artilugio primitivo, una rareza que emociona solo con pensar en las manos que lo tallaron y lo movieron por primera vez. Su caída, tan dramática, y la posterior bendición con su brazo articulado, nos recuerdan la fragilidad humana y la esperanza divina.

Luego está la Virgen, una talla del siglo XVIII que parece cobrar vida ante nuestros ojos. Sus lágrimas, simuladas con un movimiento suave y preciso, y sus brazos, alzándose para enjugarlas, nos transmiten todo el dolor de una madre ante el sufrimiento de su hijo. La Verónica, con su paño que se despliega revelando el rostro de Cristo, es otro instante de profunda emoción. Y San Juan, con sus movimientos de brazo y su giro corporal, completa esta escena conmovedora.

El "Encuentro" de Viveiro, celebrado este año en la iglesia por la lluvia, es un acto pasional donde figuras articuladas de madera del siglo XV al XVIII representan momentos clave de la Pasión, con movimientos secretos transmitidos generacionalmente. Esta tradición franciscana busca emocionar y enseñar la historia sagrada a través del arte y la fe.

Uno siempre se pregunta de qué están hechas estas figuras que tanto nos emocionan. La respuesta es sencilla y a la vez profunda: madera de nuestra tierra. La Verónica y San Juan fueron obra del imaginero Juan Sarmiento, un vecino de la zona que, curiosamente, antes tallaba los mascarones de proa de los barcos, imprimiendo quizás en estas tallas sagradas algo del movimiento del mar.

La tradición, nos cuentan los historiadores, tiene sus raíces en la labor didáctica de los franciscanos en la Edad Media. Ante un pueblo mayoritariamente analfabeto, buscaban representar la Pasión de Cristo de una manera visual y conmovedora: el camino hacia el Calvario, el encuentro con su madre, las caídas, los levantamientos... Una catequesis en movimiento que ha perdurado hasta nuestros días.

Pero, ¿quiénes están detrás de esa magia, de esos movimientos que dan vida a la madera? Es un secreto celosamente guardado. Sé de una persona que durante cincuenta años ha sido la encargada de hacer llorar a la Virgen, transmitiendo su arte primero a su sobrino y ahora a otra persona, en una cadena de conocimiento que pasa de generación en generación.

El sacristán, un hombre de unos ochenta años, es el custodio del mecanismo que permite la caída del Cristo y su bendición. También él está enseñando a otro, asegurando la continuidad de este rito ancestral. Pocos tienen acceso a estos secretos mecánicos, lo que añade un aura de misterio y respeto a estas veneradas imágenes.

Hoy, al salir de la iglesia de San Francisco, con la lluvia aún repiqueteando suavemente, siento una profunda conexión con nuestra historia y nuestras tradiciones. El 'Encuentro' ha sido, una vez más, un momento de recogimiento, de emoción compartida, donde la madera antigua cobra vida y nos recuerda la esencia de nuestra fe. Y sé que, mientras haya manos expertas y corazones devotos, esta joya de la Semana Santa de Viveiro seguirá emocionándonos año tras año.

El 'Encuentro' de Viveiro: Emoción, tradición y madera viva en Viernes Santo
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