Una fuente diplomática limpia, contrastada, informada, un buen amigo y gran estratega, que ha de permanecer en el anonimato por sus antiguas responsabilidades internacionales, respondió a uno de mis artículos sobre Ucrania con el siguiente mensaje: “A mi juicio el problema de fondo de Occidente respecto a Rusia radica en que no hemos sido capaces de articular una estrategia común, ni en el seno de la UE ni de la Alianza Atlántica. Nos hemos conformado con improvisar una suerte de “modus vivendi” reactivo con Moscú, la llamada doble vía: disuasión más diálogo crítico. Pero eso no es una estrategia finalista pues no identifica la naturaleza de la relación que Occidente desea mantener con Rusia: aislamiento, contención, asociación, confrontación, o cualesquiera otra. Al no disponer de una estrategia global y finalista, le ha resultado muy fácil a Putin bilateralizar sus relaciones con los países europeos y los EE.UU en base a intereses económicos y energéticos. Así las cosas, para definir una estrategia común occidental hacia Rusia en la OTAN dependemos de EE.UU. y en la UE de Alemania”. Creo que es difícil contextualizar mejor el escenario que nos ha abocado a un conflicto ya de trágicas e irremediables consecuencias económicas, políticas y sociales y que ha evidenciado las debilidades de liderazgo de Occidente, remarcadas tras la marcha de la Canciller Merkel. ¿Debilidad estratégica?
El mundo de la diplomacia goza de grandes analistas, de mentes ilustradas y de tácticos brillantes. También abundan entre los militares, entre los servicios secretos y entre los comunicadores que hemos venido denunciando la situación. No tenemos influencia suficiente en esta sociedad global, desprofesionalizada y deshumanizada. El problema surge de liderazgos políticos débiles, de la irrupción de los populismos, del creciente poder de las mafias, de la economía voraz, de las verdades construidas en las redes, de la anulación de valores esenciales para el ser humano que deberían seguir basados en la convivencia, la tradición, el respeto, la filosofía, la fe, la cultura y la democracia.
La habilidad, la sagacidad, el disimulo, la cortesía y otras artes del mundo de las embajadas, del ten con ten, poco pueden hacer ante comportamientos excluyentes, bravucones, dictatoriales, asentados en el poder de la fuerza frente al de la razón. En este escenario vencen los autócratas como Putin.
He releído con interés a Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura en 2015, que en declaraciones a Pilar Bonet, recogidas en “El País” hace ya 8 años, decía: “Amo el buen mundo ruso, el mundo ruso humanista, de la literatura, el ballet, la música, aquel ante el cual todos se inclinan, pero no me gusta el mundo de Beria, de Stalin, de Putin; ese no es mi mundo.” De la dificultad cultural de la zona, de la amalgama de circunstancias que allí se producen, hablan los propios datos de la reconocida intelectual: nació en Stanislav, Ucrania soviética, Unión Soviética, el 31 de mayo de 1948, es una escritora y periodista bielorrusa de lengua rusa. Es muy difícil para el común de los mortales entender un contexto tan cambiante, distante en lo geográfico y en el conjunto de modos de vida y costumbres. Necesitamos traductores sociales, más conocimiento, mejores datos para el análisis, leer a los autores locales. Algo sabemos sí, y en esto coincidimos: casi todos condenamos a quienes ordenan destruir vidas y afanes, pueblos y ciudades, con cualesquier pretexto, pero no debemos demonizar a los ciudadanos o a sus intelectuales, en este caso, a los rusos.
En el prólogo de su libro “El fin del hombre rojo o la época del desencanto”, Svetlana Aleksiévich, escribe: “Somos guerreros. O luchamos o nos preparamos para la guerra. Nunca vivimos de otro modo. De ahí la psicología de guerra.” Es la misma persona que tuvo la sensibilidad de manifestarle a Pilar Bonet que “después de Chernóbil uno no puede sentirse sólo bielorruso, sino que se siente como el erizo, el conejo, el manzano, como parte de la naturaleza”. Ojalá así fuere. Hoy, cuando los ucranianos huyen, mientras reclamamos más Europa, quizás entendiendo por primera vez la importancia real de la Unión y de la solidaridad, todos quisiéramos ser palomas de la paz.
Alberto Barciela
Periodista