lunes. 29.04.2024

A los selknam, en origen nómadas terrestres, cazadores y recolectores, se les impuso el cielo a cambio del paraíso en el que ya vivían. Tierra de Fuego, reconvertida para ellos en un infierno tangible. Ese casi ignoto genocidio tuvo lugar a principios del siglo XX, en el que los culpables fueron ganaderos, misioneros salesianos y agentes de los estados de Argentina y Chile. A partir de ahí, el pueblo autóctono sufrió un proceso de anulación, de  transculturación, de invisibilización, que se ha prolongado más allá de un siglo. Los selk'nam se dispersaron, sus niños fueron vendidos en puertos continentales y su lengua corrió riesgo de perderse durante algunas décadas. El libro “SIN DIOS” de Bernardo Díaz Nosti, periodista, investigador y docente, regresa para rescatar del olvido a los ”hijos del brazo de tierra”.

En mitad de la policrisis que nos atenaza, de ese nuevo genocidio en Ucrania, Rusia, Israel o Palestina, en ese sembrado de ruinas que son hoy Yemen, Siria o Líbano, llega con oportunidad la obra Díaz Nosty para Editorial Renacimiento, que el autor califica como novela, pero que yo creo que es un gran ejercicio de documentación y denuncia, elevado por una narrativa de precisión. Cada palabra ocupa su lugar para expresar con rigor unos hechos que a la mayoría nos resultarán desconocidos. El experimentado autor narra ese averno desde una perspectiva en la que no se reconoce más dios que el que “transita por los reinos de la codicia, el amor y la muerte, la religión y la guerra”; indaga más allá de la riqueza natural o de la belleza física, y aboga por el respeto a las culturas autóctonas, denuncia el desprecio por los palabras, la ignorancia de idiomas hermosos, y la desestimación de las creencias de un pueblo sencillo, quizás ingenúo, que creía descender de un cielo que representaban con rayas con las que simbolizaban pájaros, animales, peces, vientos, mares o árboles.

Díaz Nosty, utiliza sus mejores artes como narrador para, tras partir de un dato circunstancial, topado durante uno de sus viajes a Chile y profundas averiguaciones, delinear una historia real con aportes ficticios. Con estos últimos boceta el marco, la excusa, pero el autor acaba atrapado por la crudeza que transformó lo que era la vida bella en parajes de ensueño en una cacería de seres humanos, cuyas orejas servía de testimonio para cobrar la recompensa mínima que pagaban por cada muerto. El profesor nos traslada por geografías, desde España o Chile hasta Canadá, pasando por Argentina o Estados Unidos, abunda en detalles antropológicos, detalla la historia precisa, aporta estudios antropomórficos, acude a diversos idiomas - que traduce a pie de página-, y relata métodos mediante los que se decía salvar almas que hasta la llegada de sus conquistadores y genocidas desconocían el pecado, almas a las que, de una u otra forma, indefectiblemente, se condenaba a la extinción. El literato, no olvida en ningún momento su condición de periodista y docente, es tan preciso y objetivo, tan didáctico, que no duda en refrendar su obra con valiosos documentos gráficos originales.

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Con sinceridad, creo que la realidad de las indagaciones del autor acabó por superar a su pródiga imaginación, que al novelista le ganó el investigador. Lo relevante es que contamos con una obra ya imprescindible para conocer una parte sustancial de nuestro pasado, crónica protagonizada por emigrantes, colonos, empresarios,  misioneros y pueblos genuinos, con sus pasiones particulares y comunes, con sus sensibilidades y crueldades, pero en el fondo necesitados de esperanza. Entonces, todos sin distinción, ricos o pobres, miran al cielo y encuentran sus propias respuestas.

“SIN DIOS” se bifurca para contextualizar una historia dolorosa, vibrante, y que bien pudo dar lugar a libros distintos, al menos una ficción amorosa y un ensayo, pero que se amalgama en una sola narración. Valoro como único equívoco el que se propone como reseña en la contraportada, pues distrae de sus esencia, lo demás resulta perfecto, pieza a pieza.

Oportuna y mucho me parece la inicial de la obra, de Gabriela Mistral. Dice:  “La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde me ha / arrojado la mar en su ola de salmuera. / La tierra a la que vine no tiene primavera: tiene su noche larga que cual madre me esconde.” Díaz Nosty quiebra, como un cristal traslúcido, la oscuridad de los ocasos dolorosos, y hace nacer una luz necesaria de justicia histórica. Esa era, creo, su misión, además de escribir con nítida fluidez en un delicioso castellano.

Alberto Barciela

Periodista

Díaz Nosty y el genocidio casi olvidado de los Selknam
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