Tengo para mí que David Felipe Arranz ha sido herido por la vida con intencionalidad, para huellar su saber con la emotividad de un niño -un infante “que guarda el temblor de la belleza y la perfección”-, la madurez de un pensador, el poder secreto de un sabio, que sabe la fórmula del decir - del cómo y tras el qué-, de preguntarse tras experimentar en carne y mente propias, lo que el discurrir en sus días y noches. Sí, el autor ha sido capaz de trascribir su experiencia vivida, con poso de espectador atento, de analista prevenido, de lector empedernido, de coleccionista de palabras y expresiones que acaba por “malabarear” con destreza insólita en hallazgos, en adjetivaciones prodigiosas, en análisis de realidades releídas con originalidad.
David Felipe es un polímata disfrazado de filólogo, profesor universitario o periodista, un ser humano de levada factura intelectual capaz de contar y cantar las verdades del barquero a quien no quiere oírlas y que, por supuesto, ofrece para el deleite a sus lectores fieles y libres, y a sus alumnos. “El sentido de la vida, si no es carnavalesco, se hace más cuesta arriba de lo que es”, él mismo, tan amante del teatro, parece desenmascararse.
“La política española es una herida en el tiempo, una llaga permanente contra la paciencia del ciudadano, que ve el ejecutivo en su realidad finita, simplona, mediocre....”, el autor es cuando menos rotundo.
David Felipe, como por arte de birlibirloque, abre su tesoro para compartirlo en forma de libro. Lo ha titulado “Crónica de la España Feroz”. En él transita la actualidad a lo largo de cuatro años, desde el 2021 hasta la actualidad, para retratar paciente la oscuridad de “la peste oriental”, el COVID, y la negrura de quienes debieron gestionarla. “El pueblo -dice- es la verdad sufriente de la historia y el político su verdugo”. Critica sin rubor ni ambages a los “peperos recalcitrantes” o a la “izquierda rampante” de la “España bipolar”. “Lo nuestro -recalca para despistados- es la brocha gorda: “fachas” versus “bolcheviques”, que este extremismo alimenta, engorda y conviene a muchos del buen vivir”. Se refiere a las “epulonas señorías”, capaces de beberse “a gollete las viejas demagogias”. “La política española es una herida en el tiempo, una llaga permanente contra la paciencia del ciudadano, que ve el ejecutivo en su realidad finita, simplona, mediocre....”, el autor es cuando menos rotundo.
En la obra recopilatoria se habla de los sistemas educativos, del fracaso claro; del cataclismo ecológico; de esa “España mal llamada vaciada y sí deshabitada, abandonada y desangelada a su suerte; de infraestructuras y peajes; de Viernes Negros y de Lunes Azules; del “turismo volcánico” de aquellos que encuentran atractiva la tragedia de los demás; de economía; de guerra -de una Ucrania cuya “sociedad se ha ignorado a sí misma” frente a un Putin “desmadrado y desafecto, un gobernante exento”, “el diablo rojo que habita en el Kremlin”; de la “diplomacia del té”; de los “ricos que viven siempre en racimos, como las cerezas y el descontento popular”; de los riesgos, sobre todo para los más jóvenes, de la “idiocia digital” -“la red social -afirma- es el crimen diario de las carnes falsas, el naufragio de la vida real, con sus momentos de felicidad y dolor”, y se pregunta, en relación a la Inteligencia Artificial, “dónde nos conducirá tanta neurona de golpe en la caja de herramientas y tan poca donde debería haber.”
Habla de sostenibilidad y cambio climático, denuncia la censura de “torquemadas millennials”, y se adentra en su amado mundo de la cultura y el espectáculo para elevarse con la música, el cine, la televisión. Es agradecido y lo demuestra con sus amigos y admirados maestros -Manuel Alcántara, Guillermo Busutil, Guillermo Garabito, Jorge Francés, Basilio Baltasar, Cristina Camell, Jorge Rigaud, Iker Jiménez, Germán Vega García-Luengos, Ramón Torrelledó, Javier Santiso, Ignacio Amestoy-.
He sido feliz leyendo y evocando con los escritos de David Felipe Arranz las aulas de los jesuitas -en mi caso en Bellavista, en Vigo-; en los conciertos de mi querido Ramón Torrelledó; y con el autor he regresado a Quevedo, Lope, Cervantes, Larra, Galdós, Azorín, Delibes, García Márquez, Javier Marías, Salman Rushdie...
He leído con deleite estes crónicas. He paseado virtualmente con David Felipe por Valladolid, Madrid, Almagro, Canfranc..., por calles asoportaladas, por jardines de amores furtivos, por los campos de Castilla, por teatros, tabernas. He asistido a los encuentros de la Casa Grande de la Fundación Godofredo Garabito Gregorio, en La Mudarra, soñando con Beatriz Manjón, bella señora y docta amiga. He compartido la coherencia de los locos con Jesús Quintero, me he reencontrado con mi admirado Pascal Quignard en mi deseadas Conversaciones Literarias de Formentor... He sido feliz leyendo y evocando con los escritos de David Felipe Arranz las aulas de los jesuitas -en mi caso en Bellavista, en Vigo-; en los conciertos de mi querido Ramón Torrelledó; y con el autor he regresado a Quevedo, Lope, Cervantes, Larra, Galdós, Azorín, Delibes, García Márquez, Javier Marías, Salman Rushdie..., a todos los poetas, empezando por el Cancionero General de García Resende... Y, por fin, he naufragado de satisfacción en el diccionario, para significar una gavilla de palabras casi ausentes: prístino, redropelo, mastuerzo, gollete, carpetovetónico, ejido, vitriolo, desceñir, zancajo, paredaño, zarajo, zurupeto, azacanear, reniego, lampo, epulón o pinrel...
La España feroz -ese “lobby feroz” al que alude Arranz-, ha sido cazada sin permiso, retratada con su barroquismo por un Solana de fresca sombra, siguiendo el orden lógico de los acontecimientos, de los que solo nos pueden salvar doctores como Tomás Camacho, maestros como Luis María Anson -qué justo y espléndido prefacio- o escritores capaces de llegar a una conclusión absoluta: “la cordura es un compromiso con los demás”, como afirma David Felipe Arranz, convaleciente de inspiración. “Amore”. Vale.
Alberto Barciela
Periodista