martes. 17.12.2024

Acisclo Manzano, verdad trascendente en el museo de Pontevedra

La obra de Acisclo Manzano transciende la materia para tocar el alma. Conmueve una trayectoria llena de meandros, de decisiones que forjaron una vida de 85 años, en paralelo a una obra adaptativa, propia de una sensibilidad, de distintos ambientes, de la admiración viajera, de influencias, del descubrimiento de materiales, de la inspiración, universal pero siempre enraizada en la tierra.

La obra de Acisclo Manzano transciende la materia para tocar el alma. Conmueve una trayectoria llena de meandros, de decisiones que forjaron una vida de 85 años, en paralelo a una obra adaptativa, propia de una sensibilidad, de distintos ambientes, de la admiración viajera, de influencias, del descubrimiento de materiales, de la inspiración, universal pero siempre enraizada en la tierra. Como creador, el autor orensano, es un descubridor de mundos, un generoso andariego, un buen ser que se expresa en alcances de bellezas sutiles, primero lo hizo en madera, a veces recubierta de plomo, luego en barro gallego, más tarde en arcilla ibicenca, posteriormente en bronce hasta experimentar con algunos otros materiales. El objetivo, logar una expresión sencilla pero muy elevada, transmitida con habilidad técnica y maestría, con oficio y saber, con sensibilidad y profundidad.

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En un recinto donde la magia de la creación cobra vida, se revelan formas que parecen surgir de la nada, evocando la admiración y el asombro. Acisclo Manzano, un alquimista de la escultura, y ha encontrado un templo perfecto para 66 de sus obras, muchas de ellas en dispersas en colecciones particulares, difíciles de aunar. A través de sus obras Acisclo dialoga con cuantos quieran acercarse a las orillas del Lérez, lo hace con la verdad desnuda y expresiva de sus hallazgos, en un alfabeto de formas sensuales, atrayentes, sugestivas, a veces aparentemente simples pero cuyos abismos incitan a la imaginación de quienes las contemplan. Todo se ha mostrado susceptible de ser maleable por quien sabe extraer lo inefable, y ahora todo se ofrece con fuerza y nobleza.

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Estamos ante un fiel testimonio de la habilidad para domar la materia y otorgarle vida aparente, como lo hacían los grandes como Chillida y Oteiza. En las manos del veterano maestro, la madera o el barro se han transformado, adoptando formas que suponen un desafío a la propia naturaleza, a la que incorpora una expresión genuina, identificable con la huella de un solo ser. Si fuese un peregrino, el autor estaría dejando en cada pieza una pisada propia, un rastro que ya pertenece a muchos.

Manzano es un provocador intelectual, un artista que, como Cristóbal Gabarrón, busca siempre empujar los límites de lo conocido. Sus obras son reflejo de un espíritu inquieto y visionario, que escudriña y retuerce en gestos corpóreos hasta descubrir el alma de la materia, haciendo visible lo invisible, como lograba Martín Chirino. Su capacidad para atrapar sombras y darles forma nos recuerda a Jorge Castillo, mientras que su humanización de los rostros y las formas rivaliza con la delicadeza de Plensa.

El recorrido por la exposición es un viaje sensorial y emocional, donde cada obra invita a la contemplación y a la reflexión. Desde las maderas desbrozadas y esculpidas con maestría, como las de Leiro y Álvaro de la Vega, hasta las formas aparentemente fáciles pero profundamente bellas, como las de los clásicos griegos o las del propio Maestro Mateo. El espectador siempre se encuentra ante un estilo único.

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El Museo de Pontevedra se convierte por el arte de Acisclo Manzano en un santuario de la forma y el espíritu, y nos muestra un legado de certeza y humanidad, representativo de una  evolución artística que va desde el expresionismo figurativo hasta casi alcanzar la abstracción. Beatriz de San Ildefonso Rodríguez, comisaria, supo encontrar las esencias y nos ofrece una cita imperdible.

Alberto Barciela

Periodista

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