Ayer viernes, 22 de septiembre, estuvo viendo en el teatro García Barbón de Vigo a Faemino y Cansado actuar en directo, que no en vivo, porque, aunque ahora la RAE lo acepta (a la Academia últimamente le vale todo), “en vivo” es un calco semántico del inglés (live). Pero a lo que iba. Aunque parezca mentira –quiero decir, aunque me parezca mentira a mí–, y si la memoria no me falla, es la primera vez que los veo actuar en vivo (perdón, en directo), a pesar de que siempre los había querido ver, desde que hace 30 años hicieron aquel programa de televisión que se llamaba “El orgullo del tercer mundo”.
Faemino y Cansado empezaron en el parque del Retiro, donde coincidieron con gente como Pedro Reyes, que en paz descanse, y Pablo Carbonell (Toreros muertos, “Caiga quien caiga”), y de ahí pasaron a actuar en pequeños bares de la periferia de Madrid y luego por fin en teatros. Pero no se han prodigado mucho en la televisión, a pesar del programa que les digo –que tuvo 16 entregas de una media hora de duración cada una– y de otras intervenciones anteriores en espacios infantiles como “La bola de cristal” o “Cajón desastre”. Y han hecho muy bien, porque la televisión, si bien otorga mucha popularidad, también desgasta mucho.
“A Carlos no puedo mirarle, porque es un dibujo animado. En el escenario tengo que hacerlo de reojo, porque si le miro, me río, y eso que llevamos más de treinta años juntos”.
Faemino y Cansado están considerados como uno de los mejores exponentes del humor absurdo español. Sus textos son, ciertamente, absurdos, como dan fe los dos libros que han publicado hasta ahora –el primero, que compré cuando se editó hace 21 años, ya no lo recordaba y la actuación de ayer me hizo rescatarlo del desván de mi mente y de mi biblioteca–, pero creo que el éxito del dúo no radica tanto en lo que dicen, sino en cómo lo dicen. Ayer me di perfectamente cuenta de algo que había casi olvidado, porque hacía mucho que no los veía actuar ni siquiera “en lata” (en la televisión o en algún vídeo): lo suyo es la verborrea, como lo era también, por ejemplo, en el caso de Groucho Marx o Cantinflas, aunque de otra forma. Cansado habla y habla al público –eso sí, con mucha gracia– y, mientras tanto, Faemino gesticula y apostilla, con más gracia aún. No en vano, su compañero ha confesado alguna vez a la prensa: “A Carlos no puedo mirarle, porque es un dibujo animado. En el escenario tengo que hacerlo de reojo, porque si le miro, me río, y eso que llevamos más de treinta años juntos”. Ahí radica el éxito del dúo. Incluso hay un momento de la actuación en que los dos, de forma paralela –sin interactuar, aunque están juntos–, hablan directamente al público sin parar –también sin parar de gesticular–, provocando la hilaridad del respetable, que acaba poniendo fin al sketch con sus aplausos. Si no aplaudiese, los humoristas podrían seguir con su verborrea indefinidamente, tal es su capacidad en este sentido. Verdaderamente asombroso, a la par que divertido.
Ojalá nos regalen aún muchos nuevos espectáculos y –¿por qué no?– alguna nueva actuación televisiva. La televisión desgasta, pero ellos son ya indesgastables.
Por supuesto que hay algo de parodia de la stand-up comedy (y seguimos con anglicismos). De hecho, la puesta en escena –un escenario desnudo, con apenas dos micrófonos de pie– es la típica de este género importado de EEUU y que aquí conocemos como “monólogo de humor”, pero realmente no hacen nada de eso. Tampoco cuentan historias al estilo de nuestros grandes narradores orales como Quico Cadaval –que también había actuado en Vigo el día anterior– o Cándido Pazó –que, actúe o no en Vigo, siempre será de Vigo, porque nació aquí–. Hacen lo que hacen, algo verdaderamente inclasificable.
Faemino y Cansado ya no son unos niños, pero sobre el escenario se les vio con una vitalidad y una agilidad propias de dos jóvenes. Ojalá nos regalen aún muchos nuevos espectáculos y –¿por qué no?– alguna nueva actuación televisiva. La televisión desgasta, pero ellos son ya indesgastables.