viernes. 22.11.2024

Déjalo ir

Mientras paseo por Vialia –el nuevo centro comercial de Vigo al que, imagino, Abel Caballero debe parte del torrente de votos que ha vuelto a conseguir en las elecciones municipales–, paso por delante de una conocida tienda de deportes y leo un anuncio en la fachada que reza: “Si ya no lo quieres, déjalo ir. Te compramos el material deportivo que no uses para que encuentres otro amor”. Quizás el creativo publicitario no la tenía en mente, pero la frase me evoca de inmediato otra muy famosa atribuida a Kahlil Gibran, que dice justo lo contrario: “Si amas algo, déjalo ir. Si regresa es tuyo; si no, nunca lo fue”. Incluso hay una canción cuya letra viene a expresar en esencia lo mismo.

Mientras paseo por Vialia –el nuevo centro comercial de Vigo al que, imagino, Abel Caballero debe parte del torrente de votos que ha vuelto a conseguir en las elecciones municipales–, paso por delante de una conocida tienda de deportes y leo un anuncio en la fachada que reza: “Si ya no lo quieres, déjalo ir. Te compramos el material deportivo que no uses para que encuentres otro amor”. Quizás el creativo publicitario no la tenía en mente, pero la frase me evoca de inmediato otra muy famosa atribuida a Kahlil Gibran, que dice justo lo contrario: “Si amas algo, déjalo ir. Si regresa es tuyo; si no, nunca lo fue”. Incluso hay una canción cuya letra viene a expresar en esencia lo mismo. Me refiero a Txoria txori, un tema en euskera de Mikel Laboa, cuyo texto reproduzco traducido: “Si le hubiera cortado las alas, / habría sido mío, / no se habría marchado, / pero así / no habría sido pájaro / y yo amaba al pájaro”.

Todo esto me hace pensar una vez más en qué idea tenemos del amor y en cómo lo confundimos casi siempre con el enamoramiento, cosa que origina tantas rupturas y sufrimientos.

El enamorado –por poco celoso que sea– quiere poner cadenas al otro e incluso ponérselas a sí mismo. Pensemos en ese precioso soneto de Antonio Gala que reproduje completo en esta misma sección hace tan solo unos días, con motivo de su muerte: “A trabajos forzados me condena / mi corazón, del que te di la llave. / No quiero yo tormento que se acabe, / y de acero reclamo mi cadena”. El enamoramiento (que no el amor) es ciego, como dicen, y también esclavo –o, más bien, cegador y esclavizador–, porque uno no elige enamorarse, sino que se enamora sin más, sin querer, incluso aunque no quiera. El enamoramiento es algo que te sucede, que se apodera de ti, que te esclaviza. El amor, por el contrario, es algo que tú haces que suceda, que tú creas: una decisión, un compromiso, un comportamiento, una tarea que tiene siempre como fondo y motor la voluntad; es decir, la libertad. Así como me enamoro sin querer, amo porque quiero. El amor no se puede comprar ni vender: solo regalar. Soy libre de amar (no de enamorarme) y, por lo mismo, dejo libertad al otro para que me ame o no y para que lo haga a su manera (porque hay amor de cónyuge, de amigo, de hermano, de padre o madre, de hijo).

El amor es siempre libre, digan lo que digan los que enarbolan ciertas banderas. Libre y liberador. Por eso San Agustín pudo decir eso de “ama y haz lo que quieras”.

Déjalo ir
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