viernes. 22.11.2024

Decentes e indecentes

Leo en la prensa que son muchos los que le reclaman a Israel que, en su legítima respuesta al terrorismo de Hamás, respete el derecho humanitario internacional. Pero ¿alguna vez, en alguna guerra, algún bando lo ha respetado? A veces oigo también hablar de “crímenes de guerra”, pero ¿no es la guerra en sí un crimen, un genocidio, una sucesión terrible de crímenes contra la humanidad? Sin duda, la guerra es (...) 

Leo en la prensa que son muchos los que le reclaman a Israel que, en su legítima respuesta al terrorismo de Hamás, respete el derecho humanitario internacional. Pero ¿alguna vez, en alguna guerra, algún bando lo ha respetado? A veces oigo también hablar de “crímenes de guerra”, pero ¿no es la guerra en sí un crimen, un genocidio, una sucesión terrible de crímenes contra la humanidad? Sin duda, la guerra es siempre una excusa, una oportunidad para que se entreguen con entusiasmo al asesinato en masa aquellos a los que en tiempos de paz solo les detenía el temor de ir a la cárcel.

Hablo de la guerra, pero esa pasión homicida se adivina igualmente en aquellos a los que, en su necedad, sectarismo y maldad, les gusta dividir, clasificar, etiquetar a las personas en bandos y tomar partido por uno de ellos como los hoolingans de los equipos de fútbol, hasta el punto de dejar de ver a los miembros del otro bando como como seres humanos, como semejantes a uno mismo, y odiarlos hasta querer –y tal vez intentar– exterminarlos. Veo a la ministra Ione Belarra con un pañuelo palestino en el desfile de las Fuerzas Armadas por el Día de la Fiesta Nacional vomitando odio contra Israel, simplificando al máximo un conflicto en el que sin duda el Estado judío también tiene sus delitos y culpas, y me acuerdo de que cuando estudiaba la carrera en Pamplona, hace ya casi 40 años, estaba muy de moda esa prenda entre ciertos jóvenes y el 95% de ellos eran de los que gritaban “¡ETA mátalos!” y brindaban por cada asesinato de la banda terrorista.

En el mundo solo hay dos tipos de personas: las que intentan hacer el bien y aliviar el sufrimiento de los demás, y las que intentan hacer el mal y aumentar ese sufrimiento. Todas las demás distinciones –judíos y musulmanes, progresistas y fachas, franceses y alemanes, rusos y ucranianos, catalanes y españoles, etc., etc.– no son más que autoengaños o, peor aún, intentos de engañar a los demás para que se olviden de la verdadera distinción y abracen odios criminales y bien interesados. Porque en todos estos grupos –judíos y musulmanes, progresistas y fachas, franceses y alemanes, rusos y ucranianos, catalanes y españoles, etc., etc.– hay tanto personas que intentan hacer el bien como personas que intentan hacer el mal. Y, por supuesto, solo los primeros merecen la pena. Lo diré mejor con palabras de Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido: “Hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la raza de los hombres decentes y la raza de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en todas las capas sociales. Ningún grupo se compone de hombres decentes o de hombres indecentes, así sin más ni más. En este sentido, ningún grupo es de pura raza y, por ello, a veces se podía encontrar [en el campo de concentración de Auschwitz, donde el autor estuvo preso] entre los guardias a alguna persona decente”.

Yo quisiera ser de la raza de los hombres decentes. Y estoy seguro de que, si me esfuerzo, podría llegar a serlo, aunque fuese judío o palestino.

Decentes e indecentes
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