Celebramos estos días el centenario del nacimiento de Lola Flores, venida al mundo el 21 de enero de 1923 en Jerez de la Frontera (Cádiz). Como decía mi madre, que nunca tuvo mayor interés por ella ni mucho menos por las “folclóricas”, Lola fue “la mejor en lo suyo”. Me hacía gracia eso de “en lo suyo”. Evidenciaba lo que acabo de decir: que a mi madre no le interesaba lo que hacía la cantante y bailaora, pero reconocía su talento para hacerlo. Era considerada tan grande que le llamaban “la Faraona”, seguramente por las reminiscencias de aquel tiempo en que se pensaba que los gitanos procedían de Egipto (al principio fueron llamados “egipcianos”), en vez de la India. Lola fue ciertamente “la mejor en lo suyo”, y eso que no cantaba tan bien como Concha Piquer o Rocío Jurado, ni bailaba a la altura de Carmen Amaya. Pero tenía razón ese comentario apócrifo de un crítico estadounidense (las hijas de Lola han dicho que nunca se publicó): “Ni canta ni baila, pero no se la pierdan”. Sin duda, era todo un fenómeno.
Yo la recuerdo de siempre. Es una de esas imágenes casi permanentes de la televisión de mi niñez, sobre todo de los programas especiales de fin de año, con otros artistas inevitables como Manolo Escobar o Raphael. Como cantante la descubrí mucho después, pasados mis 25 años, igual que la copla. De su repertorio adoro especialmente “Pena, penita pena”, de Quintero, León y Quiroga, y “A tu vera”, de Solano y León. Pero me conmueve hasta la entrañas su versión de “Échame a mí la culpa”, del mexicano Ferrusquilla (José Ángel Espinoza) que aquí en España popularizó Albert Hammond. Lola era tan grande que hasta reivindicaba haber introducido el rap en nuestro país con “Cómo me la maravillaría yo”, la canción también de Solano y León que interpretaba en la película “Casa Flora”, de 1972. Más que un rap, lo que la cantante interpretaba era un trabalenguas, encajando rimas sobre un ritmo instrumental cercano al funk. Pero lo recitaba de forma inédita y rápida, como si tuviese el don del “flow” en el rap, cuando aún no se conocía el género ni siquiera en Estados Unidos.
Lola era tan genial como para protagonizar en TVE en los años 70, en uno de esos programas de José María Íñigo que veía literalmente toda España, aquella impagable escena del pendiente. Mientras cantaba en directo, se le cayó un pendiente y paró la actuación para buscarlo. Después de varios minutos sin encontrarlo, continuó cantando, no sin antes decirle a viva voz al presentador: “Pero ese pendiente tiene que aparecer, que mis dineritos me ha costado”.
Inolvidables son también otros dos momentos suyos en televisión. El primero tuvo lugar en 1983. Lolita, la hija de “la Faraona”, había cometido la imprudencia de invitar a su boda en otro programa de Íñigo a todos los españoles. Y no todos, pero sí cientos se presentaron en la iglesia, impidiendo materialmente que los novios pudieran casarse. Fue entonces cuando, mientras Lolita lloraba desconsoladamente y el Cordobés se partía de risa, Lola se dirigió a sus fans con un imperativo “¡Si me queréis, irse!”. El segundo aconteció en 1987. Hacienda le pidió a la cantante 96 millones de las antiguas pesetas para regularizar su situación con el fisco, y la artista, con lágrimas en los ojos, dijo en la pequeña pantalla aquello de “si una peseta diera cada español…”.
Recuerdo también el revuelo que provocó su aparición con los pechos al aire en la portada de “Interviú”, y la conmoción que causó la noticia de que padecía cáncer y, sobre todo, el anuncio de su muerte, una tragedia prolongada por el inesperado e inmediato fallecimiento de su hijo Antonio, incapaz de seguir viviendo sin su madre.
En fin, que Lola fue, como suele decirse, genio y figura hasta la sepultura. Y más allá. Por ahora, durante 28 años después de su muerte y cien de su nacimiento.