Miguel Bosé vuelve a estar de actualidad y, para su enhorabuena y la de sus fans, no por polémicas como las que generaron su posicionamiento sobre el covid o su ruptura sentimental con Nacho Palau, sino por motivos más o menos artísticos: el doble estreno de una serie sobre su vida y trayectoria en SkyShowtime y del talent “Cover night” en TVE, del que es jurado. Digo “más o menos artísticos” porque solo lo serían totalmente si estuviéramos ante un nuevo disco o una nueva gira del cantante, pero eso tardará, viendo –o, mejor, oyendo– cómo suena su voz. El hijo de Luis Miguel Dominguín y Lucía Bosé –el torero y la actriz– no es un cantante más. En el pop español solo ha habido otros seis nombres con una impronta similar a la suya en el imaginario popular: Raphael, Julio Iglesias, Camilo Sesto, Joan Manuel Serrat, Lola Flores y Rocío Jurado.
Ando estos días escuchando algunas de sus primeras canciones, lo que me ha divertido mucho, porque me ha traído a la mente recuerdos olvidados. “Linda”, “Mi libertad”, “Anna”, “Don Diablo” o “Super supermán” sonaron mucho cuando yo era aún un niño y alguna de ellas –pienso en “Mi libertad”– sigue retumbando en mis meninges, sin que me acordase ya de que era de él. Me ha sorprendido escuchar a este primer Bosé con una hermosa voz juvenil, aguda pero recia. Años después, cuando inició un nuevo camino sin retorno caracterizado por la experimentación, una producción más elaborada y las letras crípticas, su voz se volvió más grave. Hoy, como decía, sencillamente no tiene voz. El cantante inició en 1977 una inteligente carrera discográfica emulando, a mi juicio, a Junior. Escuchando ahora sus primeras canciones, todas baladas románticas, ese primer Bosé me parece una versión juvenil del marido de Rocío Durcal. Una inteligente carrera ya desde sus inicios, versionando canciones italianas –algunas compuestos por auténticos pesos pesados de la canzone, como Sandro Giacobbe o Claudio Baglione, autor de la versión original de “Mi libertad”– y cantando otras en inglés, con la pretensión fallida de triunfar en el mercado anglosajón, además de en el español, el italiano y el latinoamericano, donde siempre ha sido un ídolo. Y bien rodeado de grandes productores y compositores, como Fernando Arbex –alma máter de Los Brincos– o José Luis Perales, quien escribió para él “Creo en ti” y “Te amaré”.
A partir de 1984, como apuntaba antes, da un giro en su trayectoria, dejando atrás la “música para niñas” para dirigirse a un público adulto y sofisticado, con claros influjos de David Bowie o Depeche Mode. El cambio se manifiesta también en su estética, que pasa a ser tan importante como su música: aparece el Bosé ambiguo con barba de tres días y falda-pantalón. Como decía, la experimentación y el cripticismo ganan enteros y dan lugar a canciones tan famosas como “Sevilla”, “Amante bandido”, “Nena”, “Morena mía” o “Bambú”. Es sobre todo por este giro por lo que siempre me ha parecido muy respetable la carrera de Bosé. Pudo quedarse en un Camilo Sesto para jovencitas –y acabar olvidado como él–, pero prefirió arriesgarse y convertirse en un producto que gustará o no, pero al que nadie le puede negar su madurez y originalidad.
No parece que el Bosé cantante vaya a darnos buenas noticias en breve, pero quién sabe. Por de pronto, el hijo del torero y la actriz ha regresado a las pantallas españolas con el talent “Cover night” y la serie sobre su vida, para alegría de sus fans y curiosidad de muchos.