Ha muerto Antonio Gala, el poeta cordobés nacido en Ciudad Real, en el municipio de Brazatortas, donde vivió hasta los nueve años. Cuando yo era niño, Gala solo representaba para mí aquel tipo peculiar, casi estrafalario, que salía de vez en cuando en televisión con un bastón (dicen que tenía tres mil) hablando de una manera un tanto afectada. Pero me gustaba, precisamente por su peculiaridad: era diferente a todos los demás.
Después, en mi adolescencia, descubrí al Antonio Gala dramaturgo, porque en el colegio nos hacían leer sus Anillos para una dama (1973), sobre el Cid, o más bien sobre su sombra, porque la protagonista es su viuda. Recuerdo que me gustó mucho. En aquella época yo me empezaba a aficionar por el teatro –también a leerlo, no solo a verlo representado– y Antonio Gala era un reputado dramaturgo, tanto que ni siquiera había publicado aún su primera novela (lo haría en 1990, con El manuscrito carmesí, cuando yo tenía ya 23 años). Gala se convirtió en seguida en un novelista de gran éxito, llevado incluso al cine. Su novela más popular fue, sin duda, La pasión turca, de la que se hizo una película de alto contenido erótico protagonizada por Ana Belén y cuyo resultado no gustó nada al escritor (incluso cambiaron el final).
De la novelística de Gala no puedo decir nada, porque no he leído ninguna de sus novelas. Soy un mal lector de literatura de ficción, principalmente de novela. No suelo leerlas. Me interesa más el ensayo, la biografía, las obras de divulgación y –dentro de la literatura de ficción– el relato corto. También la poesía, pero no le llamaré “literatura de ficción”, porque ni es ficción ni es literatura. Antonio Gamoneda lo explicó muy bien: “La poesía es una realidad en sí misma. La poesía no es literatura. Contiene nuestros goces y nuestros sufrimientos, y esa relación con la existencia le da un carácter que va más allá de los géneros”. Y Gerardo Diego aún fue más contundente: “La literatura es sólo el rebelde y sucio ángel caído de la poesía”.
Como escritor famoso (y popular) Gala sintió también la necesidad de desempeñar el papel del intelectual comprometido. Y así, fue presidente de la plataforma cívica que propugnaba el “no” a la permanencia de España en la OTAN, cuyo referéndum se celebró en marzo de 1986. Ya saben, aquel que Felipe González prometió que convocaría para sacarnos de la alianza y que al final convocó –con toda la artillería que le daba el estar al frente del Gobierno– para mantenernos dentro.
Si no seguí al Gala novelista, sí atendí al Gala periodista. Recuerdo leer con interés y placer muchos de sus largos artículos en El País Semanal, especialmente la serie que tituló “Carta a los herederos”, de la que se editó un libro en 1995, así como sus lacónicas “Troneras” en los inicios de El Mundo, de las que también se publicó una monografía en 1996.
Pero, para mí –y confieso que me resultó toda una sorpresa–, el mejor Gala está en su poesía, en concreto en sus poemas de amor, de los que publicó una antología –o tal vez la obra completa, ahora no lo recuerdo bien– en 1997. En ella hay un extraordinario soneto –“A trabajos forzados”– que yo pondría sin dudar en la estela de los “Sonetos del amor oscuro” de Lorca y del que Clara Montes hizo una magnífica canción en su primer LP, titulado precisamente Clara Montes canta a Antonio Gala (1998). No puedo resistirme a transcribirlo entero, porque me resulta difícil seleccionar solo unos versos: “A trabajos forzados me condena / mi corazón, del que te di la llave. / No quiero yo tormento que se acabe, / y de acero reclamo mi cadena. / No concibe mi mente mayor pena / que libertad sin beso que la trabe, / ni castigo concibe menos grave / que una celda de amor contigo llena. / No creo en más infierno que tu ausencia. / Paraíso sin ti, yo lo rechazo. / Que ningún juez declare mi inocencia, / porque, en este proceso a largo plazo, / buscaré solamente la sentencia / a cadena perpetua de tu abrazo”.
Descanse en paz Antonio Gala. El dramaturgo brillante, el novelista de éxito, el articulista perspicaz, el intelectual comprometido y –sobre todo, para mí– el poeta inspirado.