viernes. 22.11.2024

Abba

Lo esencial y revolucionario del cristianismo es la idea de que Dios es amor. En otras religiones también se insta a los fieles a ser buenas personas, a no hacer el mal, incluso a hacer directamente el bien –no tanto a amar, y mucho menos a los enemigos–, mas en ninguna encontramos esta idea de que Dios es amor, pero literalmente. No se trata de una metáfora. Así se explican la Santísima Trinidad y la Sagrada Familia: tres personas amándose mutuamente en los dos misterios.

Lo esencial y revolucionario del cristianismo es la idea de que Dios es amor. En otras religiones también se insta a los fieles a ser buenas personas, a no hacer el mal, incluso a hacer directamente el bien –no tanto a amar, y mucho menos a los enemigos–, mas en ninguna encontramos esta idea de que Dios es amor, pero literalmente. No se trata de una metáfora. Así se explican la Santísima Trinidad y la Sagrada Familia: tres personas amándose mutuamente en los dos misterios.

Esta es una idea extraordinaria que se plasma especialmente en la concepción de Dios como padre que también tenemos los cristianos. La teología feminista de hoy prefiere decir “madre”. Tanto da. Un padre –o una madre– amantísimo. Los humanos, limitados por naturaleza, conocemos parcialmente a Dios por analogía con las cosas de este mundo, y si tenemos una imagen del amor puro, absolutamente desinteresado, esa es la de una madre –o un padre–. Por eso Jesús llama “padre” al Padre –permítanme la redundancia– y nos insta a hacer otro tanto, como se ve particularmente en la única oración que nos dejó, el padrenuestro. Me hace mucha gracia cuando algunos de mis amigos no católicos me dicen que la idea de Dios que tenemos los cristianos es muy pequeñita, frente a la inmensidad de aquello en lo que ellos creen: el hombre y el universo interconectados a través del intercambio de energías. Frente a eso, nuestro Dios es un padre con el que podemos comunicarnos personalmente en una relación de amor inefable e inconmensurable. Que les digan a los místicos eso de que su Dios es tan pequeñito. Se morirían de risa.

Pero ojo, Jesús no llama realmente “padre” al Padre, sino “abba”, que, por supuesto –y permítaseme la broma– no tiene nada que ver con el famoso grupo sueco de música pop, cuya denominación, por cierto, es un acrónimo formado por las letras iniciales de los nombres de cada uno de sus cuatro miembros: Agnetha, Björn, Benny y Anni-Frid. Abba una de las pocas palabras o frases en arameo que encontramos en los Evangelios, escritos en griego. Las más largas, por cierto, son “Talita, qumi” (“Niña, levántate”), que le dijo Jesús a la hija de Jairo cuando la resucitó, y, sobre todo, “Eloi, Eloi, lama sabactani” (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), que el Maestro pronunció en la cruz y fue confundida por los judíos que la oyeron con una desesperada llamada de auxilio a Elías. El arameo era la lengua materna de Jesús y de los palestinos de su época. A algunos les sorprenderá porque piensan que lo que hablaban era hebreo. Pero el hebreo era solo la lengua litúrgica que usaban en la sinagoga y que ha sido recuperada hoy, en su versión  moderna, como idioma común y oficial por el Estado de Israel.

Pero volvamos a abba. Como decía, Jesús no llama al Padre “padre”, ni siquiera “papá”, sino “papaíto” –que esa es la mejor traducción de abba–, un término del lenguaje familiar raramente usado por los judíos de su tiempo y jamás en relación a Dios. “Papaíto”, sí, como llamaría a su padre un niño pequeño que confiara plenamente en él, se agarrara fuertemente de su mano y se abandonara por completo en su persona, como hace Jesús en los Evangelios y nos anima a hacer a nosotros.

Este “papaíto” del Maestro, esta forma tan cariñosa que tiene de llamar al Padre, me trae a la memoria la anécdota que relata un misionero español en Perú en un artículo publicado a principios de este año en la revista Mundo Negro. Cuenta que en una visita a una guardería de su parroquia en Arequipa, uno de los chiquitines que allí estaban le dijo nada más llegar: “Tu eres diosito, ¿verdad? Yo te he visto”. Nuestro sacerdote confiesa que, tras un momento de confusión inicial, quedó profundamente impresionado por las palabras del niño. “Ellos me han visto con el alba y la estola presidiendo la eucaristía y han llegado a la conclusión de que no soy simplemente el padre Conrado, sino Dios en persona”, explica el cura. “Para ellos Dios no es solo una palabra o una idea, sino el padre cercano y bueno que los acompaña, los quiere y los cuida”, continúa el misionero. Pero aquí no me interesa tanto que el niño confunda al sacerdote con el mismo Dios como le llame “diosito” en vez de “Dios”, con este diminutivo tan cariñoso, igual que Jesús llama al Padre “papaíto” en vez de “padre”.

Recuerdo también haber leído hace muchos años una entrevista a la actriz y cantante Nati Mistral en la que decía: “Dios es tan bueno conmigo que siempre me mira horizontalmente”. Si Dios es amor, es normal que lo llamemos de la manera más amorosa y cariñosa posible. Nuestro Dios, el de los cristianos, será muy pequeñito para algunos, frente a la “inmensidad” –por ejemplo– del equinoccio que ellos celebran con tanto entusiasmo, pero qué suerte tenemos de que nos mire horizontalmente y nos permita llamarlo “papaíto”.

Abba
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