Ahora, que ya ha pasado casi todo, escucho la marea y el rumor de un verso “perdóname si hoy busco en la arena, una luna llena, que arañaba el mar.” Es de suponer, admirado Joan Manuel, que del Mediterráneo.
De vez en cuando la vida, como una ola, suave y templada, nos acerca a ese regalo llamado Serrat, envuelto en versos sin celosías. “Amor no es literatura si no puede escribirse en la piel”, se pronuncia como una una caricia, como un poema que emerge de una caracola de las profundidades de un alma inspirada por la realidad, por el compromiso, por la evidencia.
El bardo contiene a un niño, a un chico del Poble Sec, a un inmenso manantial puro, abastecido por las lluvias mansas o torrenciales de lo cambiante, siempre a pie de calle, de barrio, de su gente, de nosotros.
Serrat es señor, cantautor, compositor, actor, escritor, poeta y guitarrista. Es lo catalán que es español; el más castizo seny - la ponderación o sana capacidad mental que predispone a una justa percepción, apreciación, comprensión y actuación-; el Mediterráneo universal; lo ibérico europeo; la vanguardia de lo clásico; la música que es poesía -qué si no-. Es el autor que es obra de sí mismo, modelo para los demás, la diversidad tolerante, la libertad de sentirse horro y ejercer en favor de los otros hasta la ruptura de todas las cadenas, hasta el hallazgo de las sonrisas puras, compartidas...
Y todo agrupado en una sola gran persona que aglutina una suma de lo que él bien podría llamar, con sencillez, pequeñas cosas, esas que le permiten ensamblar, cual un puzle, piezas, saberes de diversidad, de lenguas y culturas, en una ejemplar lección de humildad, de saber estar en cada circunstancia, en todo lugar, de intuir cómo sentir, crear, transmitir, con la potestad exacta del sabio, la dignidad del anciano, la experiencia de quien es joven por voluntad y que le permite vencer al achacoso. Sabe los remedios del viejo brujo que, sin estridencias, calman los dolores del alma y las heridas del devenir. Y por eso proclama: “Prefiero querer a poder, palpar a pisar, ganar a perder, besar a reñir, bailar a desfilar y disfrutar a medir. Prefiero volar a correr, hacer a pensar, amar a querer, tomar a pedir. Antes que nada soy partidario de vivir.”
A la luz de Candela, con el amor cariñoso y tierno de abuelos que siguen siendo padres, de dos seres que requebraron juntos los meandros del éxito y de la enfermedad vencida, aquella que hizo sentirse carne mortal a un mito real, un ídolo mortal que es posible que nunca dejase de ser republicano, es decir democrático, representativo, que desde las orillas leves llegó en cayuco a todos los escenarios, provocó mareas de seguidores en todos los confines y ejerció la libertad de compartir los tesoros hallados pro su inspiración.
Serrat es un arrabal cósmico, la copla del Liceo, el repúblico aplaudido, el polímita evidente, el poeta cantor de poetas -de Miguel Hernández, Antonio Machado, Mario Benedetti, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Pablo Neruda, Joan Salvat-Papasseit o León Felipe-, un hijo obrero, un tornero fresador y perito agrícola que se convirtió en cantautor exiliado. Y todo en una España que se decía Grande y Libre, y que era pobre, autárquica, dividida, enfrentada, expatriada, un país de horizontes estrechos y riesgos amplios, pero que gracias a personas comprometidas, como Joan Manuel supo transitar en paz hacia la modernidad. Aquella triste verdad, al contrario que en su verso, si tenía remedio.
La libertad. “Cada loco con su tema, contra gustos no hay ni puede haber disputas, artefactos, bestias, hombres y mujeres, cada uno es como es, cada quién es cada cual y baja las escaleras como quiere.” La mejor manera, sí, de ejercer “el milagro de existir, el instinto de buscar, la fortuna de encontrar, el gusto de conocer”.
Hoy, cuando “mañana es sólo un adverbio de tiempo”, en este ahora confuso, cuando el mar bate contra la paz o la igualdad o la libertad o las vidas de los inocentes, hay que agarrarse a balsas calmas, como las que nos ofrece, el Premio Princesa de Asturias de las Artes. Con él sabemos que “sería fantástico que no hubiese nada urgente, no pasar nunca de largo y servir para algo, ir por la vida sin cumplidos llamando las cosas por su nombre, cobrar en especies y sentirse bien tratado, y mearse de la risa”, y los de buena voluntad reivindicamos “el realismo de soñar en un futuro donde la vida sea mejor, y las relaciones más justas, más ricas y positivas, y siempre en paz”.
“Todo es importante, porque sólo a través de las cosas pequeñas se puede hacer una gran cosa”. Joan Manuel Serrat llega siempre como una bálsamo, con cada marea. Las pequeñas cosas le han hecho grande.
Alberto Barciela
Periodista