Querido Jorge Luis, admirado maestro:
Te escribo desde el futuro imperfecto. No solo trato de expresar acciones por venir, de suponer, intento discernir, reconocer que todo aquello con lo que podíais haber soñado ha sido superado por la realidad imprevisible.
Los presagios, con sus magias, se han desvanecido en sus esperanzas, no en sus posibilidades. Somos 8.000 millones de personas, disponemos de mayores conocimientos, más universales. Accedemos a técnicas globales, instantáneas, pero todo lo malo que debería no haber acontecido va arrollando los posos civilizatorios sin evitar las miserias humanas. Con perspectiva, podemos seguir pensando contigo que “el porvenir es inevitable, preciso, pero puede no acontecer”. Se han salvado, y esto te reconfortará, palabras de aortunadas sonoridades y significaciones, si bien muchos idiomas y culturas han desaparecido con la tendencia hacia una cultura uniformadora.
“Quizá me engañen la vejez y el temor pero sospecho que la especie humana -la única- está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta”. Con tus augurios confiamos en que en un privilegiado lugar se sigan reservando algunos anaqueles como la gran hemeroteca universal, con el testimonio que hemos escrito de cada día los plumillas, negro sobre blanco e iluminando reseñas los fabulosos trabajos de fotógrafos e ilustradores, con las contribuciones de oficios divinos como los de los correctores, componedores, impresores, distribuidores, quiosqueros. ¡Cuánta magia!¡Cuánta nostalgia!!Cuánta pérdida!
Tenías razón cuando imaginabas “una época futura, muy futura”, en la que cada cual “elabora el arte que necesita”, en la que cada uno crea “su filosofía, su música, su religión, su escultura; y luego, cuando él muere, se destruye todo”, pues se entiende que el ser humano “es perfecto y puede producir lo que necesita sin tener que recurrir al pasado”.
Todo se ha acelerado. Ahí están las furiosas redes, con sus complejas y muchas posibilidades, que han resultado distorsionadoras, con saña para el oficio de comunicar, para los profesionales, para los negocios editoriales, y se han transformado en escaparates sin unos exactos intermediarios ponderadores. La digitalización ha propagado un mundo de hallazgos pero, sobre todo, de egos de seres endogámicos, y también muchas excrecencias, demasiada información basura. En ese territorio cada uno acaba por ser, y utilizo tu saber, “el espejo y la réplica”.
La censura es ahora la sobreinformación y las verdades, alejadas de toda moral, se construyen con imágenes que se sobreponen, transformando las más graves catástrofes en aparentes irrealidades, lo banal en trascendente y lo virtual en verídico. Permanecemos, eso creo, heridos de una irrealidad sin sueños.
Te preguntarás qué ha sido del gran periodismo, de aquel que se proponía formar, informar y entretener, el que ocupaba a mentes dispuestas al servicio público, el que intentaba contar lo sucedido o reflexionar con una cierta objetividad, sometida a líneas editoriales explícitas, el que gustaba de escribir con calidad literaria, el que trataba de indagar la verdad. Quizás fuimos demasiado ingenuos, pues lo cierto es que todos nos interrogamos al respecto sin demasiado éxito en las respuestas.
Existen grandes periódicos, extraordinarios profesionales -muchos mueren cada año en el ejercicio de la ocupación más bella-, magníficos articulistas y tertulianos y también todo lo contrario. Existe la libertad de expresión con crecientes debilidades, pero todavía se padece cárcel, tortura y amenazas por el hecho de intentar ofrecer noticias veraces. A pesar de los cambios, no somos indiferentes, no queremos serlo, no vamos a serlo. Relatamos lo que acontece y si nos tachan de catastrofistas es porque narramos lo que ocurre. El mundo vive momentos de crecientes y graves confusiones, de guerras, de violencia, de corrupción y mafias, de esclavitud, de intolerancia, de profundas brechas económicas y egoísmos, de hambres, de migraciones, de pandemias, de catástrofes naturales y de una nueva suerte de analfabetismo digital. Lo poco positivo no adquiere demasiado realce, quizás porque nos desarrollamos instalados en un afán de confort social, de conformismo, camino de una única filosofía, la salvación individual. Nos sometemos a un insaciable consumismo de cosas y nos autoconsolamos con el mal ajeno.
Me despido con una afortunada ocurrencia tuya, admirado maestro, que tiene mucho que ver con nuestro trabajo: En una entrevista, en Roma, un periodista trataba de ponerte en aprietos. Como no lo lograba, finalmente probó con algo que le pareció más provocativo:
-¿En su país todavía hay caníbales?
-Ya no, - fue tu respuesta -nos los comimos a todos.”
Tenemos mucho que preguntar, que preguntarnos, y quizás alcancemos algunas respuestas sin atragantarnos antes con algún hueso extraño, es parte de nuestro maravilloso oficio: pensar, conocer, exponer con un cierto estilo.
Mi recado, admirado Maestro, queda escrito.
Alberto Barciela
Periodista
Director del Congreso de Editores de Medios Europa-América
Latina Caribe 2023