“La pasión de lo imposible” es una frase que Alphonse de Lamartine (1790-1869), historiador, político y poeta francés, escribió en un ensayo sobre “Los Miserables”, de Víctor Hugo. Decía que es muy peligroso inocular en los pueblos la pasión de lo inviable, irrealizable, impracticable, inaccesible, inhacedero. La novela, de estilo romántico, plantea por medio de su argumento un análisis sobre el bien y el mal, entrelazados; la ley, la política, la ética, la justicia -incluso la divina-; la religión o la trascendencia, temas universales, intemporales, esenciales. Así, el texto representa una crítica de la injusticia social y la desigualdad, intenta una defensa de los oprimidos, sea cual sea el lugar o contexto socio-histórico de sus circunstancias, retrata de manera conmovedora materias como el amor, la compasión o la solidaridad.
Un aspecto importante de “Los Miserables” es la crítica a las instituciones sociales y políticas de la época. Hugo, con su apasionada narrativa, denuncia la corrupción del sistema judicial, la brutalidad de la policía y la opresión sobre los más desfavorecidos. También aborda la hipocresía de la sociedad burguesa, que se enriquece a costa de la miseria de los más pobres. A través de sus personajes, el autor francés pone de manifiesto la necesidad de reformas sociales y políticas que atiendan las carencias de los menos privilegiados.
Lamartine acabó considerando la obra de Hugo “extremadamente peligrosa”, pues con ella se despiertan a su juicio “los instintos y a partir de ahí llegan todas las catástrofes”.
Contextualizada a principios del siglo XIX, y escrita en 1862, en “Los Miserables” se describen muchos de los problemas actuales, con los matices que aportan los avances técnicos, el brutalismo de las guerras, o condicionantes nuevos ocasionados por la guerras modernas, el cambio climático, los populismos, las nuevas mafias, las migraciones, etc.
Me propicia el hilo de la reflexión Mario Vargas Llosa, al que releí con motivo del anuncio de su jubilación como novelista y articulista. El autor peruano, Premio Nobel, leyó «Los miserables» en su etapa como interno en el colegio militar Leoncio Prado, donde transcurre «La ciudad y los perros», allá por 1950. Conmovido por la lectura, en Hugo, Vargas Llosa encuentra temáticas que también recoge a menudo en sus escritos, como la necesidad de las utopías. la siniestra, impuesta por quienes quieren imponer su modelo social, y la más amable, la literaria, “por la que nos enfrentamos a la perfección, a la belleza, que nos da idea del Absoluto.”
Pese a todo, la imaginación puede acoger la esperanza de un mundo mejor, “gracias a la fantasía construimos otras vidas”, declaró a ABC Cultural en su día Vargas Llosa, para concluir que “en el siglo XIX se creyó que pensándolas bien podrían construirse sociedades perfectas. Hoy sabemos que eso engendró infiernos”.
Un europeo y un americano, en siglos diferentes, llegaron a conclusiones próximas. Dialogan a través del tiempo con sus planteamientos, se matizan, se complementan, ayudan a pensar y a evadirse a sus lectores en este preciso momento histórico en el que los planes mejor establecidos parecen desvanecerse en las nieblas de lo inseguro e incierto, frente a las conquistas sociales, el bienestar y los avances tecnológicos.
Vargas Llosa, se preguntó en algún momento “¿por qué ocurren las cosas, por azar o movidas por una invisible mano trascendente, por Dios, como creía Hugo?. “Lo curioso de “Los miserables” -concluyó el laureado literato-, es que está narrada por un relator omnipresente y conocedor de todas las cosas, es que sus criaturas se le escapan. Si fuera verdad lo que dice Víctor Hugo (narrador) no habría libertad humana y tampoco responsabilidad, pero sus personajes actúan con libertad, pueden elegir. Ése es el signo de una obra maestra». Y quizás lo sean también el de nuestros días, podemos escoger y soñar, pero no sabemos cómo enderezar el rumbo.
Vargas Llosa, que cumplió ya 87 años, dedicó buena parte de su obra a la condición humana. En este orden, de forma recurrente, recuerda su admiración por Jean-Paul Sartre -sobre el que ahora trabaja en el que anuncia como su último ensayo-, y lo que afirmó en su trabajo sobre el mismo, titulado «La existencia es también un humanismo»: «no es la esencia la que determina la existencia, sino al contrario: La esencia no nace con nosotros, la vamos conformando con la existencia».
Todos los aludidos hasta aquí, conocían y muy bien lo que propuso Voltaire y que se popularizó en mayo del 68: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. En esa conclusión comienza una pasión, quizás una ilusión, que nos aparenta libres y utópicos, quizás felices por momentos: la esperanza. Es nuestra libertad, creamos o no. Una pasión posible, imaginable al menos.
Es fascinante explorar las conexiones entre autores de distintas épocas y tradiciones literarias, ya que nos permite apreciar la riqueza y la diversidad de la literatura universal. No es poco para evadirse unas horas de tanto desatino.
Alberto Barciela
Periodista