viernes. 22.11.2024

Mi árbol de Navidad

"(...) Un dicho hindú mantiene que lo que no se da, se pierde. Los chinos afirman que son muchos los que se preocupan de la fama, de la riqueza y de los honores, y muy pocos los que procuran ser sabios y generosos. Esas recomendaciones milenarias están escritas en papelillos, hojas volanderas, que reflejan la delicadeza de pensamientos humildes y contundentes, denotan fragilidad y evidencian el frecuente olvido de lo esencial.(...)" 

Este año he plantado mi simbólico árbol de Navidad en la residencia DomusVi de Pontevedra. Es un emocional mensaje a los ancianos y enfermos que, como mi padre, en ella habitan. Allí disfrutan del privilegio de una atención esmerada y amable, ofrecida por un equipo sensible, muy humano. Metafóricamente lo instalo también en dondequiera que existan soledad o sufrimiento. Por desgracia no todos pueden obtener cuidados y cariño, siquiera en estas fechas.

Mi árbol intenta ser la alegoría de una plegaria elevada a todos los dioses, a los de todas las creencias, aunque yo lo instale junto al Belén, representación de mi religión católica y mi tradición.

En esta ocasión no he puesto luces. El gesto intenta ser algo más que un símbolo, es la denuncia de cuantos utilizan la energía como arma de guerra y/o especulativa. La electricidad o el gas son un recurso imprescindible del que no dispondrán en la estación del frío muchas personas, las más humildes, y los que viven el conflicto de Ucrania.

Estoy persuadido, como Sócrates, de que “de cuantas cosas buenas y nobles existen, los dioses no conceden nada a los hombres sin esfuerzo ni solicitud.” Tenemos que predisponernos, implicarnos, actuar.

En una tarjeta situada en el árbol, junto a la estrella de Belén, propongo un sutil propósito, bien sencillo: eleva los ojos, mira con atención lo que ocurre en el entorno y comprobar que los otros existen, que nos necesitan, muy en especial los que padecen guerras, violencia, persecución injusta, maltrato, los refugiados, los migrantes, los hambrientos o los esclavos, los amenazados por mafias, los parados, los que no tienen acceso a la sanidad o a la educación o viven en regímenes no democráticos.

Como ejercicio esencial, en estas fiestas creo que hemos de mirar y charlar con la personas más próximas sin intermediación de máquina alguna. Abrazarnos a los demás, y optar por lo racional, con normalidad, sentido común y solidario. Para eso, nada mejor que olvidarnos de hipocresías, rencores e intenciones vanas. Hay que fundar con cada gesto frescas predisposiciones de comprensión y afecto.

Un dicho hindú mantiene que lo que no se da, se pierde. Los chinos afirman que son muchos los que se preocupan de la fama, de la riqueza y de los honores, y muy pocos los que procuran ser sabios y generosos. Esas recomendaciones milenarias están escritas en papelillos, hojas volanderas, que reflejan la delicadeza de pensamientos humildes y contundentes, denotan fragilidad y evidencian el frecuente olvido de lo esencial. Por mi parte, las completo con sugerencias como consumir en el comercio local, celebrar los encuentros con los amigos y la familia en el bar o en el restaurante de la esquina, visitar museos, apagar los móviles en las mesas compartidas. Tratan de ser un fácil ejemplo de cómo fomentar un nuevo talante con el que disfrutar sin mayores gastos.

Mi árbol está simbólicamente en una residencia de personas mayores de Pontevedra, solo germinará exponencialmente si su semilla alcanza a los corazones y a las actitudes de cuantos gozamos de la vida sin impedimentos.

Hay mucho que disfrutar y más que compartir. Salud, paz y bien. Felices fiestas.

 

Alberto Barciela

Periodista

Mi árbol de Navidad
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