He conocido la generosidad en la sencillez y en la abundancia, como la creatividad o el arte en lo aparentemente nimio, en un breve escrito, en un poema, en una palabra oportuna, en un esbozo, o en la exageración de la expresión creativa y en el humor mismo de un juego de palabras casual. La lectura y el conocimiento de otros testimonios me lo han aportado.
Hay personas capaces de hacer algo de la nada y de provocar sonrisas, de entusiasmar con lo que ofrecen, con lo que dan a cambio de su satisfacción por poder hacerlo, seres que para sentirse provechosas hacen el bien y lo irradian, sin mercadeos vulgares.
Hay seres que son próximos, familia, amigos, vecinos o conocidos, capaces de engendrar un renacer diario que justifica cada día en una entrega espontánea, verdadera, próxima en la relación y en la búsqueda del entendimiento.
Hay racionales que entienden a los otros, que incluso son capaces de ponerse en su lugar, de comprender las discrepancias, de situarse en otras pieles de colores diferentes, de orar con plegarias de otras religiones, de aceptar condiciones sexuales distintas, o de topar luz en las ideologías opuestas. En lo esencial somos casi iguales.
Hay gentes de aquí que saben ser de allá o al menos que entienden de culturas y geografías diversas, y con ello acaban por valorar más las suyas. Y otros hay capaces de escuchar lo trasgresor con intención de conocer y contrastar lo que les parece evidente.
Los hay altos y bajos, ricos y pobres, sin distinguir géneros o medir centímetros de inteligencia. Los hay disminuidos y superdotados con capacidad de apreciar el universo desde un lugar diminuto, para ofrecer lo mejor en todo momento, en cada uno de sus mínimos gestos.
Nada es nadie sin el otro, pero alguien puede sentirse parte de todo solo con transmitir una verdad o una emoción positiva.
Debo a la inspiración lo que digo. En ella se conjugan experiencia, entendimiento emocional y un claro interés por llegar allí en donde el otro se encuentra, en donde el lector está, es un lugar pero también puede ser un recuerdo o una esperanza o una idea en un escrito.
Sin los otros, no hay verdad. En los espacios limítrofes, en las fronteras humanas se halla el equilibrio. Es bello saberse cada uno con sus dudas, con sus inquietudes, con sus aspiraciones. La civilización nació de una cierta complicidad mundana, de los signos que los demás comprendieron y que hemos de entender cada uno. En El libro de la risa y el olvido, el escritor Milan Kundera define por primera vez el concepto de lítost, palabra de origen checo que se traduce al castellano como 'autoconmiseración'. Describe la lítost como “un estado de padecimiento producido por la visión de nuestra propia miseria puesta repentinamente en evidencia cuando nos comparamos con otro”. Las reflexiones de autores como Levinas, Lacan Derrida, o de Nélida Piñón -que tan bien comprendió la cultura africana-, lograron promover la inquietud reflexiva, filosófica o literaria por lo ajeno, por ese abismo inmenso que escapa a la completitud del yo. Conceptos de alteridad y otredad se hicieron obligatorios para comprender en positivo el curso del pensamiento humanístico de la segunda mitad del siglo XX, consecuencia de una creciente preocupación por la relación con lo diferente. El buen camino está trazado, es cuestión de seguirlo antes de que nos gane la depresión del ego inconformista.
Alberto Barciela
Periodista