El universo de Cristóbal Gabarrón ha varado esta vez en la majestuosa playa del Museo de Pontevedra. La marea trae consigo la plenitud de una trayectoria internacional con muy pocos parangones en el arte español.
Gabarrón arriba a Galicia con cadencia rumorosa, de evolución lógica. Sobre la arena simbólica de las salas de la ciudad del Teucro se evidencia el vínculo de un autor global con a Terra, Nai e Señora. Se nota la inmensidad en su fondo, en las formas, en los materiales. El de Mula camina, recorre, nada en los subterfugios de los océanos, recala con frecuencia en todos sus grandes puertos -Nueva York, Hong Kong, Delhi, Valladolid…-, fondea en los mejores museos y colecciones, navega con los intelectuales sencillos y cimeros, desde Manuel Antonio a Tagore, y medita con humildad complacida en calas como las de Beluso, en Bueu, halla y expresa
Gabarrón ha logrado una obra singular, reconocible, un estilo peculiar de decir. Hace propuestas tan múltiples como coherentes, en un ideario creciente, pleno de hallazgos que enraízan con los principios de la civilización y los trasladan a un futuro de difícil intuición para los demás mortales. Su estética se corresponde con una seriedad que se percibe coherente, unida eslabón a eslabón. Lo plasma con serenidad y fuerza telúricas en piedra, en madera, en lienzo, en papel o sobre material extraído de las palmeras de un jardín -una colección de máscaras inigualable-.
El artista ama la arqueología, esa hermosa ciencia que estudia las artes, los monumentos y los objetos de la antigüedad, especialmente a través de sus restos. La disfruta en todo el mundo, de modo especial en Galicia, recorriendo sus túmulos, dólmenes, cistas, menhires y círculos de piedras, sus 3.000 castros. Tras la reflexión, su privilegiada arquitectura mental le permite producir construcciones que balancean entre los orígenes y el devenir, en un proceso que tiene mucho de magia pero más de entendimiento, introspección, capacidad y trabajo. Solo mentes inspiradas y atentas como la suya saben concretar o trasladar propuestas tangibles, genuinas y atractivas.
Al fondo del mar de Gabarrón resaltan siempre los sonidos: el océano con sus rompientes, los vientos, la música, la palabra, el colorido canto de los pájaros, el martilleo del cincel... Si uno se sitúa en soledad en el centro de las salas, como sii estuviese en una isla desierta, escuchará la poesía de la naturaleza. Todo eso ha conseguido el maestro: una sinfonía atlántica, orillada de sorprendente propuestas, como un como un rastro que ha de perdurar para consolidar una civilización. ‘Gabarrón atlántico. Ronsel de saudade’ muestra la influencia en Cristóbal Gabarrón de la cultura, del paisaje, de la luz y de la orografía de la costa.
En palabras del Comisario de la exposición, el más internacional, erudito y respetado, Antón Castro, “el trabajo de Gabarrón, versátil, experimental y con múltiples lenguajes (pintura, escultura, instalación...), se centra en su interés por el humanismo, por la vida de las personas en armonía con el contorno natural, escenificando un singular equilibrio entre naturaleza y cultura, entre ética y estética, con un grande interés por poner de manifiesto el desarrollo de los valores humanos”. Creo que no se puede haber mejor síntesis de cuanto se podrá degustar en Pontevedra hasta el 14 de mayo.
Se me antoja que en esta muestra, junto a la exposición que se dedicará a Picasso en la Coruña -comisariada por el propio Antón Castro-, y a las iniciativas de Marta Ortega e Inditex por acercar la obra de los mejores fotógrafos del mundo a estas tierras, hallaremos las puntas de lanza en vanguardia que han de guiar y complementar a los homenajes que se puedan hacer con retrospectivas a artistas como Laxeiro, Seoane, Sotomayor, Maruja y Cristino Mallo, los Souto, los Brocos, los Granell, Olivera, Sevillano, los Lugrís, Rogelio Puente, Caruncho, Lago Rivera, Alfonso Sucasas, o entre los vivos a Jorge Castillo, Leiro, Pazos, Freixanes, José María Barreiro, Manolo Paz, Acisclo Manzano, Quintana Martelo, Ángela de la Cruz, Patinha, Soledad Penalta, Antón Pulido, ... No puedo citarlos a todos, pero lo local ha de aspirar a lo universal, complementarlo y enriquecerlo. Esas flechas indican el camino correcto para las nuevas generaciones. Con sus altibajos, la marea atlántica está tan consolidada como viva, dispuesta a más ambiciosas navegaciones.
Desde 1992, Cristóbal Gabarrón -con ayuda de toda su familia, con ese encaje de camelia que es Rosa y el apoyo de sus cinco hijos, muy en especial de Cris Gabarrón, un gestor artístico de relevancia mundial-, propició la progresiva creación de tres fundaciones, en Valladolid, Nueva York y Murcia, donde su deseo principal es devolver sus logros a la sociedad, por medio de la realización de actividades artísticas y culturales, creando conciencia a través de las artes, del legado de inspiración y creatividad del que es portador y que sabe compartir con generosidad. Su vínculo leal a Galicia, por más de tres décadas, le hace un “ser Bo e Generoso”, un galleguista, un español universal, de corazón y obras, que estoy seguro está dispuesto a recalar con nuevas iniciativas en esta amada tierra.
Alberto Barciela
Periodista