Como diría Gabo, la realidad colombiana no cabe en el idioma. Habría que ampliar los nombres y los adjetivos hasta alcanzar la clasificación de una inmensidad de sentimientos, de emociones, con las que describir una realidad que transita, aun con tímidas transgresiones, hacia la paz social, democrática, económica; hacia la seguridad de que en el Paraíso se puede vivir e invertir sin miedo alguno a ser expulsado por el pecado de vivir en la belleza, de disfrutar la amabilidad de sus gentes, de su verdad sencilla, educada, pausada, prudente, todo con sus paisajes mágicos, sus lugares encantados, sus paisajes infinitos, sus aguas abundantes, sus impresionantes cordilleras y sus ríos de colores, su gastronomía riquísima. Lo precioso no es preciso, siempre sorprende.

Hay que solicitar más términos al Dios de las palabras y hay que hacerlo con la humildad de saberse limitado, humano, pero feliz al fin por haber alcanzado a confirmar una verdad tangible, palpable, en la que huele a oriente -a café-, se habla el español más hermoso y se disfruta de un clima amable, que compensa sus aparentes excesos con brisas y lluvias comprensibles, y hace de todo ello un espectáculo único, casi inenarrable. Todo es cosmopolita y sencillo a la vez.
El gran derrotado es el silencio. Lo ha sido al menos durante las jornadas en que hemos participado en el VIII Congreso de Editores de Europa y América Latina, en el que como en un estallido de fuegos artificiales han surgido las propuestas de más de 50 editores llegados de varios continentes y cerca de 40 países, para proclamar nuestras convicciones en los seres humanos frente a las máquinas y a la Inteligencia Artificial (IA), para refrendar la comunicación como método de defensa ante todo peligro, para hacerlo en el español y el portugués como cauces principales de nuestras verdades contrastadas por la vocación, el oficio, la deontología y la defensa de unos medios que firman y avalan lo que dicen y cuidan cómo lo dicen, demostrando así que fondo y forma importan.
Como adelantó García Márquez, la humanidad entró “en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras”. “No es cierto -dijo Gabo- que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio”.
El mutismo lo hemos superado una vez más con un proclama: la Declaración de Cartagena de Indias, ciudad que une el nombre de esta ciudad histórica del Estado de Bolívar, que se une así a las de Santiago de Chile, Madrid, Bruselas, Bogotá, Valencia o Berlín, para defender la importancia de todos los medios de comunicación en la defensa de la verdad, la democracia liberal, la libertad de prensa, los derechos de autor, la igualdad, el compromiso con los más débiles, la formación, además de solidarizarse con los compañeros muertos o heridos en el ejercicio de sus funciones informativas y, en general, el compromiso inequívoco con los derechos de los seres humanos, al tiempo de denunciar a los poderes, evidentes u ocultos, causantes de persecución ideológica y guerras, a las dictaduras y a las mafias.
Hemos celebrado los cien años del diario La República de Colombia, medio anfitrión dirigido por Fernando Quijano; los 30 años de la Fundación Gabo, representada por su Presidente Jaime Abello; hemos homenajeado a Álvaro Mutis; y nos hemos reunido en nuestro VIII Congreso, bajo la organización de PRESTOMEDIA y EDITORED, presididas por Yago González y Jesús González Mateos, bajo los auspicios del Gobernador Yamil Arana Padauí, y el Alcalde de Cartagena de Indias, Dumek Turbay. Lo hemos hecho en la confianza de servir a la sociedad con transparencia y serenidad, en un momento de profundos y confusos cambios e incertidumbres. Hemos contado con el apoyo de la Canciller de Colombia y España, la presencia de representantes del Europarlamento y del Consejo de Europa.
Nuestro próximo encuentro será en Madrid en 2026, y en 2027 volveremos a Cartagena de Indias. Es parte de nuestra libertad, que es la suya.
Alberto Barciela
Periodista
Director del VIII Congreso de Editores de Europa y Latinoamérica