“La prensa no es usted ni soy yo ni las docenas de periodistas madrileños con sus nombres propios e inalienables: es una fuerza histórica elemental y tremenda, sobre la cual tenemos que meditar todos, usted y yo, los periodistas madrileños y los ciudadanos de todas las naciones.”, con rotundidad se dirigía don José Ortega y Gasset al director del periódico “El Sol”, en el que él mismo colaboraba, en noviembre de 1930. Las circunstancias eran peculiares como el propio filósofo nos diría, pero me quedo con la necesidad apuntada y persistente de reflexionar sobre la comunicación, con esa relevancia que se prolonga en los siglos, pese a los adelantos técnicos y/o a la globalización, y que auguro pervivirá en el multiverso.
He afirmado, a raíz del Congreso de Editores de Medios Europa América Latina Caribe celebrado en Colombia, que tuve el honor de dirigir por vez primera, que “los robots nunca podrán ser periodistas” y me mantengo en ello. Las circunstancias puede que aporten en sí mismas el matiz suficiente para distinguir lo excepcionales resultados que pueden obtener las máquinas frente a un profesional, pero al menos hemos de confiar en que nunca serán transmisibles por ellas las emociones humanas, las percepciones sensoriales, incluso nuestros errores. La técnica podrá emular estilos, simular sentimientos, gozar de la mayor documentación y utilizarla con precisión, pero con ello no hará sino lo que no debe hacer un informador: fingir, enmascarar, encubrir, falsear, engañar, aparentar y/o copiar.
No somos perfectos, ni como seres humanos ni como ejercientes de “una actividad profesional que consiste en la obtención, tratamiento, interpretación y difusión de informaciones a través de cualquier medio escrito, oral, visual o gráfico”, que es como nos define el diccionario. Hemos pues de revisar de forma permanente la trascendente misión al servicio de la sociedad y del bien común, jugar a filósofos y repensarnos como individuos y como sector decisivo para el equilibrio y bienestar social. Para ello es bueno reunirse, debatir, contribuir con los matices locales a la globalidad. Quizás se trate de deliberar, después de leer la sugerencia de Ortega en su famosa carta y seguir o no “la arcaica y funesta costumbre de reaccionar “por espíritu de cuerpo”, y de “creerse en el caso” de solidarizarse con la totalidad de una profesión”, todo en aras a identificar nuestro rol en este concreto tiempo de globalizaciones y prisas, en este ahora pospandémico, incierto en lo económico, en lo político y en lo social, y por supuesto en lo informativo.
Don José Ortega señalaba que “para que una profesión se mantenga en plena eficiencia es menester que exista siempre en ella un grupo disidente, resuelto a no hacerse solidario ni responsable de los vicios profundos que el resto del “cuerpo” cultiva y favorece. Solo ese grupo se encontrará siempre en limpio y podrá salvar ante el público la profesión, atrayendo sobre si el respeto y la autoridad necesarios”.
No creo que en los albores del siglo XX, tras las exposiciones universales, alguien pudiese necesitar proponer un retorno a la endogamia localista, pero quizás la reflexión quede instalada en lo que el presente apantallado necesita cien años después: el justo equilibrio entre lo local y lo global, entre lo tradicional y lo universal, entre lo emocional y el resultado económico puro y duro, entre las economías pequeñas y los fondos de inversión. Es posible, aunque no pueda aseverarlo con total seguridad que ese sea un papel reservado al mundo de la comunicación, el que solo pueden componer personas que trabajan pensando en personas, comprometidas, y que nunca podrán realizar las máquinas con sensibilidad semejante.
Ortega pedía la colaboración entre la Universidad y la prensa, sin suplirse mutuamente. Afirmaba que “solo esta pluralidad de poderes diferentes y más o menos antagónicos asegura la salud social.” El filósofo acababa su carta al director del diario “El Sol”, pidiendo no “que la prensa deje de ser un “poder espiritual”, sino que no sea el único y que sufra la concurrencia y corrección de otros. De uno por lo pronto: la Universidad. Se trata pues, de la colaboración y confrontación, si se quiere hasta de la lucha, entre dos formas de espíritu distintas, para que el hombre medio pueda recibir dos imágenes o interpretaciones diferentes del mundo. La interpretación periodística es y será siempre la perspectiva de lo momentáneo como tal”.
A los periodistas nos corresponde, como a los filósofos, pensar por y para todos, escuchar a otros muchos sectores sociales pero, al contrario que los pensadores puros, hemos de hacerlo de manera comprensible, actual, pragmática, comunicable, traduciendo lo que en apariencia es enrevesado, para que sea comprendido y, en lo posible, aplicado por lo que el pensador sagaz, sofisticado y también un poco coqueto, que era Ortega, consideraba las masas. Pensar y discutir como ejercer el poder, sea el que fuere, atendiendo a la demanda de los tiempos es una responsabilidad cierta y muy grande. Lo haremos en Madrid, en febrero, es nuestra responsabilidad.
Alberto Barciela
Periodista
Director del Congreso de Editores de Medios Europa América Latina Caribe 2023