Picasso se merece algo más que una Casa Museo en Coruña, se merece un homenaje permanente a la altura de la ciudad y de su universo. Sus méritos, sus logros, su cosmos, demandan algo más que alusiones, reproducciones, anécdotas, gestos de buena voluntad y escasa significación, incluso mucho más que magníficas exposiciones como la que bajo el título “Picasso, branco no recordo azul”, acoge estos días el extraordinario Museo de Bellas Artes de La Coruña, en la que se exponen 120 obras procedentes de museos, instituciones, colecciones privadas y de la propia familia Picasso, y que ha sido comisariada de manera excelente por Antón Castro, Malén Gual y Rubén Ventureira, con el fin de evaluar la trascendencia de los años coruñeses, entre 1891 y 1895, en el desarrollo estético y conceptual de la trayectoria artística de uno de los mayores genios del mundo del que ahora se conmemora el 50 aniversario de su desaparición física.
En la ciudad herculina, Picasso tomó con seguridad conciencia de lo que dijo años después: “Cada niño es un artista. El problema es cómo seguir siendo un artista una vez que hemos crecido.” Él supo serlo como pocos. La huella sus años mozos en la ciudad de cristal, la de la luz atlántica, la del paisaje, la de la humedad y la lluvia, la de la arena y las olas, permitieron e inspiraron los esbozos y dibujos incipientes. En él infante permanecieron para siempre el entorno de sus juegos y la influencia de los maestros, atrapados en una mente privilegiada. Coruña y Galicia viajarán para siempre con él, se trasladarán de su retina a su ideario, a su memoria, a su paleta, y se instalarán en un lugar emocional significado entre el cosmopolitismo y el hallazgo que representarían sus obras.
Algo tendrían que ver en toda esa confluencia el cristal traslucido de la historia de una ciudad de vocación cósmica desde lo pretérito al presente: Portus Magnus Artabrorum («Gran puerto de los ártabros»), la Torre de Hércules, Carlos I de España y V de Alemania, la Casa de Contratación de la Especiería, la Armada Invencible, la Fábrica de Tabacos y las cigarreras, la Ferrocarrilana, Emilia Pardo Bazán, Salvador de Madariaga, los Casares Quiroga, el Banco Pastor, Fernando Rey, Amancio Amaro, el Superdepor, la Orquesta Sinfónica de Galicia, Amancio Ortega, Zara, Inditex... Aquí, allí, allá, circunstancias, personajes -innombrables en toda su amplitud-, viajes... Los puertos interior y exterior, las colonias ultramarinas, el Madrid chiquito, el europeísmo, lo global, definen a la ciudad como femenina y plural, valiente y, en lo evidente, hermosa, una urbe que supo reconvertir cada crisis o catástrofe, y fueron graves las que sufrió, en una oportunidad y cada oportunidad en un éxito.
En esbozos permanentes, en la urbe se dibuja siempre la ambición del mejor mundo, a él abre sus galerías con vocación publicitaria, sus ojos, por él se deja imbuir y a él traslada sus logros. Tras los horizontes terrestres y marítimos, latente, permanece una actitud humana, abierta, cosmopolita, liberal. Se denota en la permeabilidad ciudadana ante los forasteros y en la decidida defensa de lo propio, de las convicciones. De lo uno y lo otro, son buenos ejemplos María Pita o el asentamiento de las culturas española, iberomericana, europea y, por supuesto, la gallega -Cova Celta en su sociedad-.
Picasso nació malagueño y prodigio. Recibió el nombre de Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Crispiniano de la Santísima Trinidad Ruiz. Pero un solo apelativo, de origen italiano, bastarían al artista más importante del siglo XX y al más prolífico: Picasso. Galicia le regaló un escenario para sus incipientes años mozos, Pablo transitó su adolescencia en ella. Fue una etapa decisiva en la consolidación de su personalidad. La vivió con intensidad bajo una luz atlántica, yodada, de intensos azules, que permanecerían ya para siempre en sus retinas, que trasladaría a su paleta, que acabaría por definir una de sus etapas más relevantes, que huellaría su obra y sus recuerdos. Picasso pisó por primera vez tierra gallega en Vigo. Fue el 25 de octubre de 1891, el día de su décimo cumpleaños. Las condiciones meteorológicas impidieron a la nave, procedente de Málaga arribara a La Coruña, destino académico del padre del artista, José Ruiz Blasco, profesor de la escuela provincial de Bellas Artes, titular de la asignatura de Dibujo de Adorno y Figura. En La Coruña, el artista accedió a sus primeros estudios artísticos, en la Escuela de Bellas Artes. Todo parece indicar, que tras alguna obra infantil andaluza, en la que ya apuntaba maneras, en Galicia aprendió a dibujar, aquí pintaría sus primeros paisajes y figuras.Entre sus maestros, además de su padre, fue una figura determinante Isidro Brocos. Con posterioridad, recibiría clases de otro gallego casi olvidado, el pintor y político Tiberio Ávila, natural de Viana do Bolo, profesor de Anatomía y Fisiología en la Escuela Superior de Bellas Artes e Industria de Barcelona.
Muchos de estos datos se escabullen entre las aportaciones, el estudio y los conocimientos de los gallegos que le conocieron en su infancia, los que le trataron en París, a él o a sus colaboradores; los que le visitaron en la Costa Azul, como Antonio D. Olano, Camilo José Cela o Juan Pardo -llegarían a cantar juntos Anduriña, incluida en un álbum del mismo nombre para el que el artista hizo un dibujo-; expertos como Ángel Padín, Ventureira, Antón Castro, entre otros muchos. Picasso, que dicen hablaba gallego, posiblemente pintara en Coruña su primera paloma. Nunca se olvidó de Galicia, a la que no tornó.
La Coruña sede desde la Real Academia Gallega, de la Agencia Española de Supervisión de la Inteligencia Artificial, del Centro Galego de Artes da Imaxe, del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología, de la Casa de las Ciencias (que incluye un planetario), de la Domus, antiguamente llamada Casa del Hombre (único museo del mundo dedicado de forma monográfica al ser humano), del Aquarium Finisterrae, antiguamente llamado Casa de los Peces o del MEGA -Mundo Estrella de Galicia- y de las exposiciones que promueven las Fundaciones Barrié, ABANCA, o MOP -Marta Ortega Pérez-, debería seguir enriqueciendo con decisión su entendimiento, mecenazgo y colección de excelentes iniciativas históricas y artísticas. Galicia, España y Europa, en cuyas historias inscribe tantos logros la ciudad herculina, merecen seguir teniendo referentes únicos de esta privilegiada península del Noroeste. A Picasso le debemos un gran recuerdo. La Coruña reivindica a Picasso con ambiciosa timidez, sin llegar al límite de lo que sería un acierto: la creación de un Museo como los de Málaga, Barcelona o París.
Alberto Barciela
Periodista