¿Estamos ante el fin de la influencia de los medios convencionales? Algunos sesudos comunicadores y analistas así lo afirman. Ahora son Facebook, Google, Twitter y Tic Toc los que dominan el libreto, la obra, el escenario, incluso los aplausos y las críticas. El éxito se mide en número de seguidores.
Todo se confunde, público y creador, emisor y receptor. Todos en uno, en un formato endogámico que permite aplaudir a los demás y a uno mismo. El mérito no es el hallazgo, ni la verdad, ni el estilo, ni la infografía, lo son la notoriedad y el ego insaciable que ha de ser complacido en cada instante, lo son el negocio o la gracia repentina.
Existe una suerte de necesidad compulsiva de participar de la actualidad con protagonismo, se teme perder capacidad de influencia y se busca popularidad, es decir, uno se reviste de humorista, de periodista, de político, de abogado, de médico, de emisor y de mensaje, solo condicionado por la capacidad técnica de emisión. El único reparo, si existe, es el pago de una cuota a una telefónica, el resto es prisa por participar de la ansiedad común e irreflexiva, por buscar ser influyente, a la hora que sea, y arriesgando en ello si es preciso la intimidad y los datos personales, los propios y los de los demás. Hay que estar, aunque en ese mismo hacer se evidencian incoherencias, irreflexiones o analfabetismo, sea funcional y/o digital, seguidismo o idiocia.
En un mundo aparentemente igual, los modos, las formas, las oportunidades, e incluso las ciudades se asemejan; las ofertas del lujo llegan por igual a pobres y a ricos; existe un aparente acceso a experiencias y ambiciones similares. Sin embargo, se están creando más desigualdades. En una geografía de enredos, los profesionales han de reclamar su papel ponderador, mediador, responsable, crítico, muy en especial hemos de hacerlo los comunicadores y los responsables de los medios. Los periodistas y los editores debemos encontrar nuestro nuevo papel en la nueva obra.
Los poderes y los informadores, y muchos ciudadanos, sabemos que se está produciendo una toxicidad informativa hasta ahora desconocida, exponencial, que nos instala en una inseguridad sin precedentes, permanente y cambiante, que conlleva una invasión total de la intimidad, con planteamientos variables y originales. La verdad construida con fines distintos, muchas veces perversos, se mezcla con la mentira sin más frontera que un clip, todo en un instante apenas perceptible por las audiencias.
Nélida Piñón, escritora y periodista, de la que tantos desconocidos publican ahora fotos casuales de apariencia amistosa, lo preconizó en sus sabias palabras: “Roma globalizó el mundo conocido, los portugueses navegaron los mares orientales, los ingleses colonizaron etnias, los americanos rectificaron fronteras con el pretexto de la democracia. Todos quieren gobernar el espectáculo de la tierra sin abdicar del trono y las llaves del tesoro. Los gobiernos se someten a los intereses de las transnacionales mientras la ciudadanía y las identidades pierden fuerza en medio de estas sofisticadas operaciones. Apenas nos enteramos de la mitad de lo que ocurre y sólo cuando ya es demasiado tarde para reparar los estragos. Ambos conceptos están separados por el filo de la navaja, y en tanto la globalización aporte riqueza a nuestras casas cerraremos los ojos y relativizaremos nuestro idealismo.”
Otro sabio fallecido el pasado 24 de noviembre, Hans Magnus Enzensberger, poeta y ensayista alemán, afirmó que “la sociedad parece haberse resignado a la erosión de lo que antes se denominaba esfera privada. Ni que decir tiene que la así obtenida transparencia no se limita a los hechos. También los bulos, los falseamientos, las denuncias y los delirios son bien recibidos en el caos del ciberespacio.”
Ciertas cosas nos competen y ya va siendo tarde para limitarnos solo a desconfiar de los demás.
Alberto Barciela
Periodista
Director del Congreso de Editores de Medios Europa América Latina Caribe