brrummm, ¡la música!

Éramos ochocientos vecinos de Santiago oyendo a ochenta músicos coruñeses el jueves pasado en el Auditorio de Galicia. Espectadores en silencio activo escuchábamos a violinistas, violonchelistas, contrabajistas, trompetistas, oboístas, fagotistas, timbaleros y una arpista que interpretaban la 5ª Sinfonía de Gustav Malher (1901):

Éramos ochocientos vecinos de Santiago oyendo a ochenta músicos coruñeses el jueves pasado en el Auditorio de Galicia. Espectadores en silencio activo escuchábamos a violinistas, violonchelistas, contrabajistas, trompetistas, oboístas, fagotistas, timbaleros y una arpista que interpretaban la 5ª Sinfonía de Gustav Malher (1901): gran sinfonismo interpretado por orquesta de gran formato. Dos horas de atención expectante. Esa partitura permite que todas las secciones e instrumentos intervengan, fortísimos o dulces, y el jueves pasado el holandés Markus Stenz armonizó a músicos de seis países de lengua distinta en una única melodía: una gran diversidad aunada en este enero de 2025 mediante una partitura compuesta en 1901 y revivida por un director de orquesta nacido en 1950. Tiempo reducido…, tiempo ampliado…

Flotaba un aire compartido en el espacio del Auditorio. Respiración tranquila y aunada de vecinos que nos mirábamos de reojo. Los conciertos de los jueves crean un ámbito urbano propicio para encuentros, saludos, finezas, y un silencio creador. Como el aeropuerto o el Corte Inglés.

Para que el acontecimiento del jueves fuera música y no ruido hizo falta un concurso de libertades: unos ciudadanos sosegados, una escucha paciente, unos intérpretes largamente entrenados, un líder aceptado y un compositor austríaco muerto en 1911 y siempre vivo porque es clásico. Fue un acto de unanimidad: novecientas personas adultas y diferentes abiertas a la trascendencia. La música clásica alimentó el anhelo de eternidad que en todos late.