Desde la estratósfera
No somos libres, somos esclavos de las mentiras, la soberbia y el egoísmo, ya que, convengamos en algo, la riqueza del ser humano no está en el dinero, sino, en la naturaleza. A medida que nos vamos alejando de ella, vamos perdiendo nuestros poderes, tanto de sanación como de inspiración, y también de libertad.
Hoy he tomado una decisión, que es la de salir de mi zona de confort. No me refiero a uno de mis viajecitos cercanos, sino a uno más apartado: a la estratósfera. La distancia me podrá otorgar una visión menos sesgada de este mundo.
La cosmovisión me permite observar, primero que todo, una figura brillante en su redondez; símbolo de un todo, sin necesidad de fragmentaciones, disturbios y guerras. Porque la paz del universo se deja percibir a la distancia donde hay un Dios que nos señala, que ya nos va quedando poco tiempo. Es momento de reflexión, de introspección, de un mea culpa y también de reconocer que la palabra es el vínculo perfecto de unión entre las personas. Porque una vez que se ha instalado en nuestro intelecto, deja de ser solo un sonido, se vuelve pensamiento o acción.
No todas las palabras se las lleva el viento, algunas quedan en el colectivo de las mentes, a perpetuidad. Sin ir más lejos, Machado nos abre un camino, la Mistral nos invita a jugar con sus rondas infantiles y Shakespeare nos asegura que sí se puede morir de amor. En fin, la palabra es el vínculo perfecto para la armonía, porque la paz nos abre un portal que nos encamina a un nuevo mundo, donde la razón se vuelve fundamental para la equidad de los pueblos. Sin paz no puede haber justicia ni autenticidad, ya que el velo de la incertidumbre impide ver la luz.
No somos libres, somos esclavos de las mentiras, la soberbia y el egoísmo, ya que, convengamos en algo, la riqueza del ser humano no está en el dinero, sino, en la naturaleza. A medida que nos vamos alejando de ella, vamos perdiendo nuestros poderes, tanto de sanación como de inspiración, y también de libertad.
Marianela Blanco