Costumbres absurdas
Hay costumbres que se hacen porque sí, sin razón aparente, sin que nos demos cuenta, sin mala intención y movidos por una extraña fe.
Para ilustrar esto, me referiré a la procesión del Domingo de Ramos. Vemos la bonita imagen que representa la triunfante entrada de Jesús en Jerusalén.
Hace aproximadamente 1992 años, lo hizo envuelto en una gran humildad, montado en un borrico. Pudiendo, por su poder, hacerlo a caballo, no quiso representar la majestad que poseía, sino que se rebajó de su rango.
Pues bien, año tras año, la burrita con Jesús en su lomo, siempre que el tiempo lo permite, recorre nuestras calles, acompañada por alguna cofradía, y asiste en la Herrería a la bendición solemne de los ramos. Hasta aquí, lo normal de esta efeméride. Pero ocurre que, por una costumbre absurda, los niños y, lo que es peor, algunos mayores, golpean con sus palmas y los ramos tanto a la burrita como a la imagen de Jesús, sin darse cuenta de que con ello están deteriorando el material y haciendo saltar la pintura de dichas imágenes, que después necesitan ser reparadas y repintadas, por algo que para mí carece de sentido, con un considerable coste de material y mano de obra.
Si tenemos en cuenta que en la mayoría de los museos está prohibido hacer fotos por el daño que el flash de la cámara puede infligir a estatuas y cuadros, cuánto más daño causarán los cientos de golpes, aunque no sean fuertes, en un material como barro o similar.
En este 2025, la procesión arrancó de la iglesia de San José; nadie se acercó a la imagen. Pero, tras la bendición en la Herrería, bastó que un niño se acercase a golpear con su palma para que todos se lanzaran como posesos a hacer lo mismo, cosa que no dejó de ocurrir en el paseo por las calles hasta su finalización.
Una sociedad a priori avanzada debería respetar más las creencias y también el patrimonio artístico y sagrado.