RELATOS DE VERANO: El Violinista
Mi padre, primer violín de la Orquesta Sinfónica de Vilnius, me enseñó a tocar este instrumento a los cinco años, y desde entonces la música vive en mí. A pesar de ello, no he conseguido un puesto en su Orquesta, ya que mis nervios malograron cada prueba.
A los veinticinco años me sentía fracasado. Hablaba alemán correctamente, pero no quería dedicarme a enseñarlo. Lo había estudiado únicamente para comprender mejor a Beethoven, Mozart y Bach.
“Si no logro tocar en una orquesta sinfónica lo haré donde sea”, me dije.
De pronto recordé el verano que estuve en Viena. Me había llamado la atención el elevado nivel musical de la gente que interpretaba su instrumento en las cafeterías o en la calle y la cantidad de personas que les dejaban dinero en una cesta. Siendo allí un desconocido, pensé que no me daría vergüenza esa forma de mendigar.
El día que fui a “Mariahilfer Strasse” empecé tocando un solo de violín de la Sinfonía concertante de Mozart: una pieza que siempre me había emocionado. Cerré los ojos mientras lo hacía y pensé que estaba en el Teatro de la Ópera de Viena. Lo imaginé completamente lleno y toqué con auténtica pasión.
Al terminar continué con los ojos cerrados y me rodeó una densa atmósfera de silencio después de haberse apagado la última nota musical. Ante mí había un grupo numeroso de personas que, al verme abrir los ojos, me empezaron a aplaudir con entusiasmo. Me dejaron dinero y se fueron yendo, excepto un hombre de mediana edad que permanecía allí clavado, sin dejar de mirarme. Tenía un aspecto distinguido, aunque iba vestido con total normalidad. Por fin se acercó, me estrechó la mano y me dijo:
—¡Enhorabuena! Nunca había oído tocar el violín con tanta emoción. Soy el director del Teatro de la Ópera de Viena y necesito un violinista como usted.