RELATO: El misterio del avión desaparecido (I)
Tenía que estar en Pekín el lunes diez de marzo de 2014 por asuntos de trabajo. Para ello volé el día siete de Madrid a Kuala Lumpur con escala en Frankfurt. Estaba ya en la última etapa de aquel largo viaje, en el vuelo MH370 de Malasian Airlines, con 227 pasajeros y doce miembros de la tripulación. El avión era un Boeing 777 que despegó de Kuala Lumpur a las 0:41 horas del día ocho de marzo y tenía previsto llegar a Pekín seis horas después, pero nunca llegó a su destino. Desde entonces el mundo entero se pregunta qué habrá sido de ese avión. Solo yo puedo dar la respuesta por ser la única superviviente. Hasta ahora no me había sentido con fuerzas para contarlo.
Como en todos los vuelos largos, había una pequeña pantalla delante de cada asiento donde se podía ver el trayecto del avión, su altitud, velocidad, tiempo desde el despegue... Desde mi ventana solo vi un mar de nubes durante bastante tiempo.
Cuando llevábamos unos cuarenta minutos volando pusieron una película que se podía ver en pantalla grande e individual. Yo prefería seguir la información sobre el vuelo, pero mi pantalla solo permitía ver la película. Desistí después de varios intentos, pensando que no merecía la pena pedir ayuda a una azafata. De pronto se oyó una voz de hombre que llamaba a dos pasajeros con apellido europeo —uno parecía italiano y otro alemán— pidiendo que se acercasen a la cabina de los pilotos. Yo no le habría dado importancia, si no fuera por la cara de sorpresa que puso una azafata.
Al cabo de una hora, sin que hubiesen vuelto los dos europeos, se oyó por el altavoz un mensaje tranquilo y pausado con voz de hombre en correcto inglés:
—Señoras y caballeros, rogamos que se abrochen el cinturón de seguridad, ya que nos dirigimos a una zona de fuertes turbulencias.
Después de unos minutos, cuando ya no quedaba nadie en los pasillos, dijo:
—Ahora deben apagar todos los dispositivos electrónicos. No basta con dejarlos en modo avión. Deben apagarlos del todo.
Después de una larga pausa, se volvió a oír la misma voz:
—Presten atención, por favor. Debo comunicar algo muy importante. Siento decirles que este avión no nos lleva a Pekín, como estaba programado.
Los pasajeros lanzaron exclamaciones de sorpresa y contrariedad. Cuando ya todo el mundo se había callado, volvió a oírse la voz:
—No deben preocuparse. No se trata de un ataque terrorista. Todo está bajo control. No ha habido lucha y en ningún momento los pilotos han sido coaccionados. Hemos cambiado de rumbo y ahora volamos en dirección contraria voluntariamente, por razones que todavía no podemos explicar. Es inútil que traten de usar los dispositivos electrónicos para comunicarse con sus familiares o amigos. Están todos interceptados. Poco a poco iremos informando de lo que necesiten saber. Confíen en nosotros y tengan la certeza de que todo saldrá bien.
Los pasajeros reaccionaron de distintas maneras. Los asiáticos, con sus rostros impenetrables, mostraban el horror mucho menos que los europeos. Los de apariencia británica, a pesar de su flema, ponían cara de preocupación. Traté de dirigirme a una azafata, pero no había ninguna a la vista. Los más nerviosos se empezaron a desabrochar los cinturones, aunque la señal indicaba lo contrario.