Pasión y muerte en Nicaragua
Hace muchos años, en la década de 1980, cuando El Salvador se desangraba en una guerra civil y Nicaragua vivía los primeros años del Gobierno revolucionario del FSLN, recuerdo haber leído en una revista misionera que el primero de los dos países estaba viviendo la Pasión de Cristo y el segundo la Resurrección. Hoy, sin duda, Nicaragua vive también la Pasión de Jesús. El régimen de Daniel Ortega es tan dictatorial o más que el de Somoza, al que el antiguo guerrillero contribuyó a derribar. Digo “o más” porque el de Somoza era una “república bananera”, pero el de Ortega adquiere cada vez más las características de un totalitarismo.
Todo empezó –aunque ya había antecedentes preocupantes– con la crisis de 2018, cuando el Gobierno reprimió a hierro y fuego las manifestaciones pacíficas contra la reforma de la Seguridad Social. Desde entonces, el régimen se ha afanado en eliminar toda disidencia: partidos políticos, ONG, medios de comunicación, organizaciones eclesiales... El caso más paradigmático se produjo en vísperas de las elecciones generales de noviembre de 2021, cuando Ortega, sin disimulo ninguno, encarceló a los siete candidatos opositores y disolvió sus partidos. Desde entonces, los exiliados –ya más de 150.000 en un país de menos de siete millones de habitantes–, los encarcelados, los torturados y los asesinados no han parado de crecer.
La Iglesia, como no podía ser de otra forma, está al lado del pueblo. De hecho, tras la destrucción de toda disidencia organizada, se ha convertido en el único altavoz de la oposición. Por eso está siendo reprimida con especial saña. Los mismos católicos que en los años 70 lucharon junto al FSLN para derrocar a Somoza son ahora perseguidos con un odio particular. Recuérdese que un sacerdote –el asturiano Gaspar García Laviana– murió combatiendo en las filas del sandinismo y que otros cuatro –los hermanos Ernesto y Fernando Cardenal, Miguel D’Escoto y Edgar Parrales– fueron ministros del Gobierno revolucionario. Todos ellos, menos D’Escoto, que siguió siendo asesor de Ortega hasta su muerte, se convirtieron luego en críticos feroces de la deriva del sandinismo, y pagaron por ello un alto precio. Los hermanos Cardenal ya fallecieron, pero Parrales fue encarcelado a finales de 2021 y condenado a ocho años de prisión, y ahora ha formado parte del contingente de 222 presos políticos expulsados a los EEUU tras serles retirada la nacionalidad nicaragüense. Entre ellos han figurado también la histórica comandante sandinista Dora Téllez –no se podrían contar los cuadros sandinistas perseguidos por Ortega tras desencantarse y convertirse en críticos de su gestión– y los siete candidatos opositores a las elecciones de 2021. También cinco sacerdotes condenados a diez años de prisión por “traición a la patria”, acusación de la que son objeto todos los disidentes encarcelados.
Más de 60 sacerdotes se han tenido que marchar al exilio, entre ellos el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, en abril de 2019. Hoy reside en Miami. También el nuncio de El Vaticano, Waldemar Sommertag, mediador del conflicto social de 2018, fue expulsado en marzo de 2022 por sus críticas al Gobierno. Además, las Misioneras de la Caridad también han sido expulsadas y muchas parroquias atacadas, incluido un atentado con cóctel molotov contra la catedral de Managua.
Ortega pretendía que en el avión lleno de presos políticos con destino a EEUU fuese también el obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, encarcelado después de retirarse de la mesa de mediación por la crisis de 2018 ante el incumplimiento del Gobierno, pero el prelado se negó a subir a última hora. Al día siguiente, Ortega anunció su condena a 26 años de prisión y lo envió directamente a la peor prisión del país. Un mártir, sin duda. Como ha declarado monseñor Báez en un tuit: “Irracional y desenfrenado el odio de la dictadura de Nicaragua contra Mons. Rolando Alvarez. Se ensañan vengativos contra él. No han resistido su altura moral y su coherencia profética. Rolando será libre, Dios no lo abandonará. Ellos se hunden cada día en su miedo y su maldad”.