Pablo Milanés: el ¿breve? espacio en que no está
Ha muerto Pablo Milanés y, como se suele decir –pero lo digo porque es verdad–, ha dejado un gran vacío. No es precisamente “breve” el espacio en que ya no está, y no lo digo –permítaseme la broma– por su corpulencia.
Creo recordar que descubrí a Milanés a mis 17 años, en el disco doble en directo “Entre amigos”, de Aute, donde el bueno de Luis Eduardo presentaba “Para vivir”, que cantaba Pablo, diciendo que era una de las tres canciones de amor más hermosas que conocía. Por aquella época comenzaba a aumentar mi interés por los cantautores, añadiendo al nombre de Víctor Manuel –prácticamente el único al que había prestado atención hasta entonces– los de Aute, Milanés, Silvio Rodríguez e incluso Joaquín Sabina (por Serrat me interesaría un poco más tarde).
En cualquier caso, y a pesar del deslumbramiento que sentí por “Para vivir”, las primeras canciones del músico cubano que más me llamaron la atención en aquellos primeros momentos fueron las “políticas”, como “Yo pisaré las calles nuevamente”, “Pobre del cantor” y, sobre todo, “La vida no vale nada”. Pero en seguida me incliné por las de amor, que, como sucede siempre, con todos los autores, son las que mejor resisten el paso del tiempo, porque el amor es un tema intemporal y universal que nos toca a todos profundamente. Indudablemente, tengo que citar aquí “Yolanda”, que dedicó a su segunda mujer y madre de sus tres primeros hijos, quien confesó que cuando su marido le cantó por primera vez el tema, se quedó paralizada. No me extraña. Pero cómo no destacar también “Años”, “Yo no te pido”, “De qué callada manera”, “El amor de mi vida” y tantas otras, y, sobre todo, “El breve espacio en que no estás”, a la que me refería al principio de este artículo.
Milanés fue uno de los fundadores y estandartes de la Nueva Trova Cubana, junto a Silvio Rodríguez –otro prodigio de la lírica hecha canción– y Noel Nicola. Durante mucho tiempo fue emblema de la Revolución castrista, a pesar de que en su primera juventud pasó por uno de aquellos campos de concentración “estalinistas” –como él mismo los llamó después¬– que el régimen reservaba a homosexuales, religiosos e inadaptados en general. En las últimas décadas dejó de vivir en Cuba y se manifestó muy crítico con el Gobierno de la isla. Estos días, la prensa recuerda más sus posicionamientos políticos de un signo y otro que su contribución al arte de la música, lo cual es un poco penoso.
Cuando abandonó Cuba –a donde volvió a actuar varias veces–, el cantante pasó a vivir en España, en concreto en Galicia. Yo sabía que su última esposa era gallega –Nancy Pérez Rey–, pero desconocía que durante tres años, entre 2014 y 2017 había sido vecino mío en Vigo. Por lo visto, vivía en pleno centro, en la calle García Barbón. Ciertamente, nunca me lo crucé. Milanés no solo se casó con una gallega, sino que tuvo con ella dos hijos –mellizos– vigueses. Su relación con Nancy incluye también –y eso sí que es una incontestable muestra de amor– la donación al cantante de un riñón –en vida, claro está– por parte de ella. El amor del cubano por Galicia no se limitó a su mujer y sus hijos gallegos. Tuvo además una fecunda relación con la música de esta tierra. Como botón de muestra, recuerdo ahora la grabación conjunta con Luís Emilio Batallán –en gallego, por supuesto– de “Aí vén o maio”.
Adiós, querido Pablo. Y que sepas que el espacio en que no ya no estás no es precisamente “breve”.