China, el totalitarismo perfecto
China no es ya únicamente la primera potencia mundial, aunque algunos se engañen poniéndola aún en segundo lugar, por detrás de unos EEUU no solo decadentes, sino definitivamente débiles, sino también y sobre todo el totalitarismo perfecto. El chino ha sido siempre un régimen totalitario desde 1949, como todo marxismo-leninismo, pero en los últimos tiempos ha conseguido lo que ni el estalinismo ni el nazismo ni el fascismo pudieron siquiera soñar: convertirse en el totalitarismo perfecto, asumido con toda normalidad tanto por los de dentro como por los de fuera. Un totalitarismo de guante blanco, de sonrisa profidén, de traje y corbata, de palo y zanahoria –el capitalismo que ha permitido enriquecerse a tantísimos chinos y a la mayoría vivir con los estándares occidentales que tanto envidiaban–, que no solo es admitido en el concierto internacional junto a las naciones que se dicen democráticas –con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU–, sino que es pretendido por todas ellas como su mejor socio comercial. Y todo sin aflojar la represión ni un ápice, incluso reprimiendo igual o más a aquellos con los que pacta al mismo tiempo, como, por ejemplo, El Vaticano, con el que hace ahora un año suscribió un acuerdo de colaboración que no ha impedido que durante todo este tiempo la Iglesia Católica haya seguido siendo objeto de una represión feroz, de la que es ejemplo la detención y el encarcelamiento del cardenal Zen, obispo emérito de Hong Kong.
Una muestra de este totalitarismo perfecto la tenemos, de puertas adentro, en su política de cero covid: cientos de miles de chinos aceptaron –y sigue aceptando– más o menos sin rechistar quedar encerrados en sus casas durante meses y meses. Y de puertas afuera, en el compadreo –como decía antes– con el que China es tratada por las democracias occidentales, que han optado por mirar para otro lado y bendecir con su silencio toda la represión que el régimen ejerce permanentemente contra su pueblo. Pasó ya con la matanza de Tiananmen de 1989, ¿se acuerdan?
Si Lenin, Stalin, Hitler, Mussolini o el propio Mao levantasen la cabeza, le dirían a Xi Jinping: “¡Olé, maestro!”