Los 80 de Julio Iglesias
Julio Iglesias acaba de cumplir 80 años. Sí, nuestro cantante más internacional es ya octogenario. Puede sorprender, pero en realidad tiene la edad que le toca: Raphael también cumplió 80 años en mayo y Serrat los hará en diciembre. Y Mick Jagger los hizo en julio. McCartney tiene, incluso, uno más y John Lennon cumpliría en octubre 83. La vida sigue igual, como decía Iglesias, pero pasa inevitablemente.
Mis primeros recuerdos de Julio Iglesias se remontan a mi niñez. En casa teníamos tres de sus primeros singles: “La vida sigue igual” (1968), “Gwendolyne” (1970) y “Chiquilla” (1970). Me encantaba escucharlos en el viejo tocadiscos monoaural que teníamos en casa, sobre todo “Gwendolyne”, con el que –recordarán– Julio consiguió un más que honroso cuarto puesto en el Festival de Eurovisión. Y mi hermana Isabel, entonces una adolescente, lo adoraba (no olvidemos que en aquella época, Iglesias gustaba tanto a las maduras como a las adolescentes, lo cual suele resultar rarísimo). Recuerdo que nos llevó a mi hermano Javier y a mí –los pequeños de la casa– a ver en el cine Me olvidé de vivir (1979), su segunda y última película. Y muy poco después entraron en nuestro hogar el casete de Hey (1980) –que me gustó mucho– y el LP de De niña a mujer (1981), que ya no me despertó tanto interés. Por aquel entonces –el 29 de diciembre de 1981–, el cantante fue también noticia por el triste secuestro de su padre por ETA, que acabó con final feliz (la liberación del secuestrado por la policía). Entonces era solo el doctor Iglesias Puga. Lo de “papuchi” vendría después.
Julio Iglesias formó parte en los años 70 y comienzos de los 80 del siglo pasado de la santa triada de los supercantantes españoles junto a Raphael y Camilo Sesto. Todavía hoy, en cierto modo, esta triada sigue teniendo vigencia, a pesar de que Camilo entró en declive en los años 90 y acabó muriendo en 2019. Pero, claro, ninguno de los otros dos ha vendido 300 millones de discos como Julio, que –no olvidemos– ha grabado canciones en 14 idiomas.
¿En dónde radica este extraordinario éxito de Iglesias, que lo ha llevado hasta el punto de que los franceses –siempre tan chovinistas y tan antiespañoles– hayan intentado apropiarse de él? En mi opinión, son cuatro las causas que lo explican.
En primer lugar, la cuidada campaña de márketing que en 1978 lo llevó a vivir en Miami para preparar su salto al mercado anglosajón y convertirlo en un artista universal. No sé si el motivo más importante, pero desde luego sí el más evidente. Por eso lo cito el primero.
En segundo lugar, su excelente repertorio. Aunque él ha escrito algunas de sus canciones, como “Un canto a Galicia” (1971), su primer éxito internacional –en la que se empeña en decir “nae” y “leixos”, en vez de “nai” y “lonxe”, a pesar de las advertencias de sus amigos gallegos–, la mayoría han sido compuestas por algunos de los más grandes compositores de música ligera, como Manuel Alejandro –compositor de referencia también para Raphael– y, por lo tanto, son obras maestras.
Además, y esta es la tercera causa, pero íntimamente ligada a la anterior, Julio ha sabido abrirse muy inteligentemente a la mayoría de las músicas latinoamericanas –el bolero, la ranchera, el tango, los ritmos cubanos, el folclore de Argentina, Perú o Paraguay…–, ampliando notablemente su repertorio con piezas extraordinarias y, sobre todo, empatizando así con decenas y decenas de millones de personas al otro lado del Atlántico.
La cuarta y última razón tiene que ver con la construcción de su propio personaje. Iglesias es un artista de sí mismo, como Raphael, pero con una inteligentísima operación a dos bandas inexistente en su rival. Cualquiera de estas dos facetas por separado ya resultaría atrayente para muchos, pero su contradictoria conjugación –porque la clave de todo está en la aparentemente imposible conciliación de ambas– se revela irresistible para la inmensa mayoría. Me refiero, por un lado, a esa imagen de perdedor que transmite en las letras de sus canciones y también en la manera de interpretarlas, con esa forma de arrastrar la voz; de irredento sentimental engañado una y mil veces por las mujeres, triste muñeco con el que juegan todas, hiriendo constantemente sus sentimientos. Lo expresa muy bien en “Hey”: “Hey, ahora que ya todo terminó, / que como siempre soy el perdedor, / cuando pienses en mí, / hey, no creas que te guardo algún rencor, / es siempre más feliz quien más amó / y ese siempre fui yo”. Esta imagen de amante desvalido, vulnerable, definitivamente “achuchable”, derrite a muchas mujeres. Pero, por otro lado, está su proyección pública más allá de las canciones, que lo presenta como todo lo contrario: un triunfador, un conquistador, un casanova, un donjuán, un latin lover, el hombre que se ha acostado con más de tres mil mujeres. Esta otra imagen también resulta arrebatadora a muchas y a muchos. Ellas lo desean y ellos lo envidian. Pero, como digo, lo absolutamente irresistible, la clave del gran atractivo del cantante, es la conjunción de estas dos facetas contrapuestas, aparentemente irreconciliables. Viene al caso aquí hacer una reflexión al respecto. Por supuesto que Julio ha gustado siempre mucho a las mujeres, pero nunca ha sido ni muy guapo ni muy atlético, aunque tampoco, por supuesto, lo contrario. Lo que sucede es que en los años 70 todavía un hombre con un traje bien cortado resultaba atractivo. Y, además, que Iglesias ha sido siempre, por encima de todo, un seductor. Pero, aunque con 30 y tantos años aún resultaba atractivo para muchas adolescentes, siempre ha gustado más a mujeres no tan jóvenes. Y con el paso del tiempo, decididamente a las señoras de una cierta edad. En 1984, la revista Time lo llamó “el sex symbol de la menopausia”, y creo que acertadamente. Alguien ha dicho además que su público predilecto han sido las señoras blancas de clase alta.
Muchas felicidades a Julio Iglesias. Con 80 años, su aspecto y los rumores que nos llegan sobre su salud no hacen augurar que su carrera vaya prolongarse mucho más, pero siempre será el cantante español más universal.