Releer Compostela
En Santiago no hay distancia entre el cielo y la tierra, el agua los une en un espectáculo inigualable de brumas; el sol los vincula en dorados matices de millones de líquenes cuyo reflejo orifica el escenario del encaje platero... El agua bendice, luz de luz. No hay discriminación en el perpetuo abrazo del santo y del pueblo, los pies trazan Caminos huellados por los siglos de los siglos, los abrazos abarcan la representación misma de la complicidad en la fe. De fondo se impone la sintonía, el constante tintineo, de pasos vibrantes. Un sepulcro democratiza, como la cruz, como la oración que cada uno entiende o no a su manera, como a Dios.
Al final de las flechas amarillas, la ciudad se aparece como ensimismada en sus tópicos y en su belleza, varada en su Historia, algo distorsionada por sus avatares, desestructurada en su sociedad -un mal muy gallego-. La Compostela actual aparenta descompuesta, dividida en ambiente ajenos, dicotómicos, entre el casco histórico, el Ensanche y lo nuevos barrios; entre la Xunta de San Caetano y el Parlamento, que la impulsaron con sus funcionarios; entre el Consello da Cultura Galega y el patronato del Museo do Pobo; entre la Universidad, perdida la armonía maravillosa del campus Sur, y los espacios de investigación y edificios sanitarios, que sustituyeron al manicomio; entre los grandes centros comerciales y los negocios tradicionales -que van desapareciendo con su encanto-; entre la religión, los vacíos seminarios y conventos, las cerradas o desacralizadas iglesias; los colegios mayores o la Casa de la Troya; el mercado, los despachos de intereses, las empresas de vanguardia; el arte, del CEGAC a la Ciudad de la Cultura; de la Catedral aislada de su renovado Pórtico de la Gloria al desconocido y maravilloso Palacio Episcopal; entre los patios cerrados -incluso los de instituciones- y los claustros; entre el baloncesto y el fútbol, disociados; entre el Palacio de Congresos, el Multiusos, el Auditorio y las salas de conciertos; entre la estación de ferrocarril y autobuses y el aeropuerto y los deficientes aparcamientos; entre los hoteles y los pisos turísticos; entre los restaurantes y tabernas del Franco y los restaurantes con estrella Michelin; entre los turistas, los peregrinos, los congresistas y los residentes; entre los caducos autobuses y el insuficiente servicio de taxi; incluso, entre los medios de comunicación públicos y privados. Hay que establecer más, mayores y mejores vínculos
En este Campo de Estrellas cada luminaria semeja focalizarse a sí misma y, como mucho, se busca en la coincidencia ocasional en las páginas de sociedad de los periódicos, en las redes sociales, en los cuadros de honor, en los Gallegos del Año, influyentes y esquelas, en algún concierto o sesión teatral
Como todas las urbes, Compostela, ha multiplicado su entorno en Terras de Santiago, reclama una relectura ya como gran ciudad. Hay que soñarla de nuevo, repensarla, diseñarla en frescura, ajustarla a las leyes de la convivencia impuestas por la evolución, por lo digital y situarla al servicio del disfrute ordenado. El proceso exige diálogo, imaginación, generosidad, pero también trasparencia en los procedimientos, agilidad en los trámites, liderazgo, formación. humildad, consideración, participación, sabia joven...
La población se hace en el paisaje y debe respetarlo, ha de aspirar a ser un lugar seguro, ordenado, bello, de servicios mancomunados, propicio a la felicidad. Ciudad, espacio público, ciudadanía son tres ejes básicos de los que partir pensando en el futuro sostenible, verde, con el ejemplo magnífico de su alameda y de sus parques, como el de Belvís.
Centro administrativo y casi geográfico de Galicia, Santiago, aun venerando sus referencias, ha de superar el error localista, ha de entender el diálogo para el que nació, por ejemplo, el Consorcio de la ciudad. Tiene que decidir una marca -quizás lo sea ya su Camino- para defender un descentramiento de sus ejes geográfico e histórico, ha de saber impulsar su proyección y participación global, entender con serenidad sus valores históricos, universales, la cultura de la que ha emergido, en la que se ha desarrollado, su carácter europeísta, español, gallego, también cristiano, y su alcance mundial. Como urbe estudiantil, religiosa y turística necesita relacionarse, atraer y acoger con amabilidad a los visitantes, pero además ha de dejar espacio a sus propias gentes. Hay que convivir y prevenir riesgos como la gentrificación y la turismofobia. Compostela ha de encontrar su propio rumbo, que no puede resultar pacato, tampoco excluyente, siendo ambicioso tiene que medirse muy bien en sus alcances. Hay que saber gestionar el éxito y subsanar los errores.
Es preciso atinar con nuevas palabras que permitan redefinir Santiago sin falsas expectativas. Se han de sanar heridas, restaurar las pequeñas esquirlas, aportar nuevos acentos generacionales. Hay que provocar el entusiasmo de cuantos aman la urbe, hallar los puntos de encuentro entre las diferencias personales y/o ideológicas; percibir los matices, recabar el abundante ingenio disperso, suscitar una puesta en común de la que extraer sabia nueva, estructurar un discurso cohesionado, un relato entre lo viejo y lo nuevo, y presentar al mundo una Compostela renacida desde sus propios pasos peregrinos para encauzarla en las tendencias globales en tiempo real. Compostela espera al mundo y ha de saber abrazarlo con sentido de la oportunidad.
La ciudad está sólo algo cansada. En Santiago de Compostela se acaba de abrir una ventana virtual para dar salida a los pasos perdidos: aquellos que durante algunos años, quizás ya demasiados, se han dado como en un dejarse llevar sin devoción, sin entusiasmo, sin sentido del rumbo. Hay que salir al encuentro del horizonte que se anhela para una urbe Patrimonio de la Humanidad, escenario de un milagro económico, destino de peregrinaciones, sede del Patrón de España y capital de Galicia, a la que muy pronto llegará el AVE. El milagro es posible renovarlo.
Alberto Barciela
Periodista