Espectáculos reales
El único vuelo real del ser humano es el salto. Los más bellos se producen en el ballet, en el circo y en el deporte. Los artistas elevan la belleza, la ejecutan con exacta precisión, la colman en hermosura por un instante que merecería ser eterno, y descienden con sutileza para hacer aletear las manos generosas de admirados, entusiastas, públicos.
Cada espectáculo goza de su magia y esta nace del hecho creativo, del talento y la virtud de los creadores de una ilusión, de una representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos. Crear para entretener, fingir para deleitar, interpretar para emocionar, recrear para formar, ironizar para hacer reír. La vida real interpretada, en apariencia fantástica, provoca para insinuar, ensaya para semejar verídica, es incierta pero auténtica, aparenta como una acrobacia, similar a una gambeta, que es y ya no es, siendo. En escena, actores que pueden ser público, en los antecedentes autores que bien pudieran ser actores; tramoyistas, iluminadores, apuntadores, acomodadores o taquilleras que se interpretan a sí mismos proyectándose ante los demás. Ser y no ser, hay que dejar volar a la imaginación.
Una sombra puede representarse, como puede hacerse con una idea fugaz o con la mayor de las tragedias. Inspiración, notas, borradores, reescritura, empresario, producción, presupuesto, casting, pruebas, contratos, música, escenógrafos, salas, paso de papeles, ensayos, vestuario, luz, sonido, acústica, fotos, carteles, promoción, entradas, invitaciones, estreno, telón, claqueta, representación, aplausos, silencios, gritos, éxito, fracaso, celebridad, viajes, pensión, hotel, soledad, pueblos, provincias, capitales, fans, admiración, autógrafos, premios, indiferencia, sonrisas y lágrimas. Todo se sucede como un ritual rutinario, también como pasos en el aire, como una danza mil veces escenificada entre las bambalinas de los siglos, entre máscaras clásicas y vanguardias rupturistas. La sombras se alargan hasta atrapar la emoción contemporánea de exigentes críticos, expectantes públicos, excitantes posibilidades, ambiciones, logros o frustraciones.
Lo absurdo y lo genial vuelven a empezar, con lozanas esperanzas y flamantes afonías. Lo hacen en lugares mil veces visitados y aun así desconocidos, en salas inverosímiles, en sesiones dobles o casi vacías. La gloria es como una sombra, movible, evanescente. Cada día, en cada función, hay que satisfacer egos propios y atraer aforos ajenos y suficientes, aceptar sensibilidades cultas, incomprensiones toscas, envidias y adulaciones. Los éxitos no se heredan. Las joyas de camerino no equivalen a las de pasar, duran el tiempo en que se marchitan las flores de un viejo y descuidado camerino o se difuminan como las viejas proyecciones.
Las cosas dichas -las fórmulas de encantamiento-, las que nos cuentan con afán intencional, con el de provocar emociones, activar sensibilidades distintas, entretener y educar, forman parte de la magia de la existencia, de la misma representación de la comedia humana, de la inteligencia que sabe ironizar o provocar ilusiones, actitudes que nos distinguen como seres racionales.
Un títere puede ser un actor, lo es literalmente, esté al principio o al final de unos hilos. Pero un actor solo es un títere si admite serlo. Las acrobacias que exigen los tiempos son meritorias, el teatro real que pasea calles reclama marionetas. Sean generosos pero exigentes con sus admiraciones y aplausos. La muerte también es real y siquiera exige genuflexiones ni exageradas idiocias.
Alberto Barciela
Periodista