La Comunicación, el poder cuarteado

La comunicación ha trascendido a las estructuras físicas, geográficas, políticas. La tecnología ha desbordado fronteras, ha derruido barreras y con ellas casi todo lo conocido como tradicional, lo preestablecido, comprensible y asumido. La cultura de informar, formar y entretener se ha visto sustituida por planteamientos técnicos transgresores, no exentos de ventajas pero con muchos riesgos.

La comunicación ha trascendido a las estructuras físicas, geográficas, políticas. La tecnología ha desbordado fronteras, ha derruido barreras y con ellas casi todo lo conocido como tradicional, lo preestablecido, comprensible y asumido. La cultura de informar, formar y entretener se ha visto sustituida por planteamientos técnicos transgresores, no exentos de ventajas pero con muchos riesgos.

Ahora, casi todo el mundo se considera informador, desinformador, emisor, sin dejar por ello de ser receptor. El resultado es una galimatías incierto de ruidos atosigantes, de sobre exposiciones, de contingencias de nuevo cuño, en el que lo que conocimos y ejercimos como periodistas parece ser ya como hoja volandera reconvertida en intrascendente avión de papel. Al menos eso parece en el análisis apresurado, acorde en sus precipitaciones con los tiempos digitales, virtuales y crecientemente artificiales en su inteligencia (IA). El cuarto poder se ha diluido, eso también aparenta, en abundancias de verdades construidas, de mentiras, de apariencias, de éxitos circunstanciales, de estafas.

La imagen, y vivimos apantallados, facilita el acceso, no la comprensión, de aquello que vemos, de lo aparentemente real. Pero mas información e inmediatez no es más verdad, ni más libertad. Es difícil hacer augurios, la posteridad cada vez dura menos, en el hoy cotidiano, el ocio se confunde con el gasto, la notoriedad con el mérito, la suerte con el esfuerzo.

La igualdad muere en un mundo que dice que propende a lo paritario y en el que el débil es cada vez más débil, un ser expuesto.

El futuro no existe, o mejor dicho lo parece, pues como en un mal chiste, el futuro fue ayer, al menos, para el papel impreso que, salvo raras excepciones, más bien ligadas a la opinión, caduca en el tránsito de las rotativas a los ya escasos quioscos. Ahora, lo relevante cambia cada milésima de segundo sin valorar precedentes, sin someterse a influencias de lo que ocurrió o está pasando en estos momentos y sin estimar consecuencias, sin contraste, basta un trasladar todo a un pantallazo reciclable, regenerable en segundos.

El periodista, como ciudadano, ha de permanecer en un estado de perpetuo asombro, no ha de ser condescendiente, tiene que seguir buscando la verdad para contarla o para desenmascarar a la industria de las face news y de los delincuentes e intoxicadores. Ha de hacerlo con actitud y aptitudes, con más o menos estilo, pero con el rigor inapelable, demandable que quien ejerce una vocación inmarchita que demandó y reclama la asunción de una exigente deontología.

Las redes sociales son el medio dominante hoy, como lo fueron en otras épocas novedades como la imprenta, la prensa, la radio o la televisión. La universalidad del acceso a comunicar, aun no asegurada para todos, es en sí buena, pero ha extraviado de algún modo el papel del comunicador profesional, de las empresas periodísticas, radiofónicas o televisivas, incluso de las publicitarias. Se han trastocado por ende las fuentes económicas, y condicionado los resultados, las intenciones y las influencias.

Lo tradicional desaparece,: la ceremonia, el ritual, lo preceptivo y consustancial, aquello que nos une a la tribu, a lo que consideramos nuestro, comprensible, evaluable, fenece, se extingue, en sus formas físicas y en su fondo. Lo notorio se impone a lo relevante. Los riesgos se desprecian en aras a lo intranscendente, a lo que está llamado a durar poco, sea cual sea la dimensión del disparate o del logro. La posteridad, repito, cada vez dura menos, quizás también importe menos en un mundo descreído y dispuesto a vivir el momento sin más.

La sociedad global en realidad es el resultado de la suma de fragmentos, de lo individual, una adición exponencial nada reflexiva. Los ciudadanos, no solo los informadores, participamos y consumimos, adquirimos contactos a los que reconocemos como amigos devaluando la relación social a un simple “acepto” o “me gusta”, o a un emoticono. Exhibimos nuestra intimidad y la comparamos, nos autoexigimos más de lo que podemos dar o adquirir. Sobrevivimos al momento, sin optar por equilibrados planteamientos medio o largoplacistas. Sin duda aceptamos lo que nos agrada y rechazamos las malas noticias o nos unimos a causas puede que aceptables pero que casi siempre estamos muy lejos de comprender. Siquiera gozamos de tiempo para que nos las expliquen los expertos. Conseguimos logros en lo inmediato pero no seguridad, ponderación, estabilidad. Y nos refugiamos en la salvación individual, en un camino de ascetismo, soledad, desasosiego, aburrimiento y “consuelo espejo” -el que anima en base a desgracias ajenas-. El resultado es el que es. Y esto si es una verdad constatable por cada uno.

Hace ya 25 años, un cuarto de siglo, Ignacio Ramonet advirtió: El valor de la información no depende de su relación con la verdad, si no esencialmente del número de personas susceptibles de interesarse por ella. Es cada vez más, una mercancía.”

Sobre todo eso tendremos que hablar, debatir, en el VII Congreso de Editores de Medios Europa - América Latina que se celebrará en Madrid y Bruselas entre el 18 y el 22 de marzo bajo el lema “La calidad de la información y la credibilidad de los medios de comunicación, garantías para la democracia.” Y es que los periodistas sabemos lo que nos jugamos y debemos volver a advertirlo antes de que nuestra ilusión de papel o nuestra misión digital sean estrujadas de forma irremediable.

 

Alberto Barciela

Periodista

Director del  VII Congreso de Editores de Medios Europa - América Latina