Arcadio López Casanova, un oceáno de hallazgos
Uno llega tarde, cuando ya la marea se lo ha llevado. Uno confía pues en los reflujos. Es posible recuperar la memoria, la evocación de un intelectual de calidad desbordante. Olvidado quizás entre anaqueles, entre maderos que lo reflotan, de los que emerge con oportunidad más subrepticiamente, como temiendo ser descubierto el lector al admirar un horizonte que permanecía como distraído. La pérdida de un ser ha presupuesto la recuperación de un poeta. Uno se culpa y se apasiona, y otea.
En Arcadio López Casanova pueda que de forma tangencial se colase un halo sentimental de nostalgia, tamizado de luz mediterránea de mar, un resol en océanos de evocaciones gallegas y valencianas, de tristeza interior y de exaltación de la palabra, del encuentro genial con las musas. La desolación habita en casi todos los corazones poéticos y los reanima.
“Mortal cuerpo de lluvia”... de “lluvia tañida”. Carmen Mejía Ruiz, Catedrática de Filología Gallega y Portuguesa de la Universidad Complutense de Madrid, en un afortunado análisis, insiste en la humanidad doliente que trasluce del libro Asedio de sombra del bardo gallego: “La poética presente es profundamente humana, a veces, terriblemente sincera, quizá cruel, porque su lectura produce desasosiego y vértigo en el lector”.
Al contrario de sus premociones sobre lo oscuro: “Oh Esfinge y Noche, tal tu muerte, / y tal tu vida –eres, no eres, / no serás nunca: / renacer”, el profesor poeta tornará ya en momentos en los que uno busque, entre versos o en el bosque riguroso de sus referencias críticas, un canto silencioso de salvación para este mundo de ruidos, de estragos, de hechos que son desechos, cuando uno desee asirse a un hilo de hilvanar cultura, creación elevada. “Sigue la mano los trazos oscuros de la insidia, borda/ negruras, enigmas, grutas de oscuro misterio,/ excava en el blanco vacío de la página, sobre el espesor /de la llanura, que es páramo, que es yermo/ de desolación”. Hay al menos una guía, un sendero hacia la cumbre, hacia una esperanza, en un disfrute perplejo y admirado de la obra de un gallego universal.
Todo nos lo devolverá el océano gallego de la infancia, o el mar de madurez, Mediterráneo. Todo aparecerá ente la ingenuidad de quien no sabe y del que es consciente de ese destino imposible que es intentar conocerlo todo. “(...) antes y ahora/ en el espejo/ de una atardecer tenue, de una luz que nunca ha sido/ dolor, que nunca aciago signo de muerte ha dado, pues vuelven -aquéllos- los collares de espuma/ y en el resplandor irisado del vivir, de este mar/ de quietud, de cegadora transparencia, / todo es y nada acaba (....)”. La juventud sueña enaltecida con una eternidad física que acabará por ser espiritual o por no ser. La existencia poética crecerá en la evocación de quién ha sido poseído por la noche, esa “noche poseedora” en la que siempre nos quedará la luz del autor, el juego con los tiempos, con las edades, con los días, con los versos, con cada palabra.
Ya no hay soledad posible, ni distancia, ni destierro, Arcadio está para siempre con nosotros, en sus libros, en el zozobrante mar de la vida en el que cada uno ha de buscar la “Plenitud de un instante”. Su ritmo interior palpitó con el amor, el que cadenció su felicidad madura, consciente, creativa, al menos por un tiempo, siempre breve, nunca con la intensidad a él debida, con fruto afortunado en la palabra. Con la frustración de lo insuficiente conocido, la obra de este poeta resulta un océano en el que refrescarse cada día. Está ahí, esperándonos.