Álvaro Cunqueiro o cómo tomar notas entre manzanas
La vida no se puede confiar en su totalidad al ser heroico que camina en nosotros. No obstante, la audacia que nos acompaña nos sirve para no ser lineales, para actuar de manera dinámica, para avanzar con cierta cordura, para aprender y gozar con capacidad de sorprendernos a cada paso. No se deben perder las referencias, debemos progresar.
He observado, he escuchado, he prestado atención humilde, casi suave, a los días y a las criaturas, me he sentado en la naturaleza bajo sombras y a pleno sol, he sentido, me han amado y he correspondido, y ahora que ya he olvidado casi todo lo sencillo, recurro a mis apuntes, casi siempre breves, de pensamientos, palabras sueltas, casi escurridizas, ideas incompletas o sugerentes argumentos apenas esbozados, pero que resultan un hilo que conduce a la evocación de otros tiempos, de inspiraciones viejas, desusadas por mi memoria descuidada. Los leo en silencio, reflexiono y los traslado en mis trabajos. Es mi único mérito, si hay alguno.
En las notas tienen cabida los ecos vitales del ser humano: las quimeras, las apetencias, las fragilidades y los bríos, las risas medidas, los disparates, los consejos, los plagios, las conspiraciones, las divagaciones, las ideas de otro modo volanderas. Todo resulta relevante al repasarlo en las libretas. Es como cazar mariposas, estudiarlas y liberarlas con intención del goce del común.
Un artículo es una suma de fragmentos de uno mismo, de sus evocaciones, conocimientos, documentación, apuntes... de todo cuanto se ha ido agregando, como sutiles arenillas del camino andado, con ese pegamento sutil de la utilidad impredecible, como preludio incipiente de una creación de apariencia genuina y de una inspiración evocada por serenas conversaciones, lecturas o reflexiones de un martes de lluvias o de una tarde ante la ría, en Cesantes. Todo con oportunidad.
Hoy evoco a Álvaro Cunqueiro, un ser inspirado que sabía demasiado de sí mismo y de Galicia, del mundo y del trasmundo, de la realidad y de la imaginación, capaz de traspasar límites y desbordar lo evidente. Su escritura alimenta como un pan con aroma de manzanas, de esas “fadas verdes” que inundaban su ambiente de ritos entremezclados, de ires y venires por las palabras meigas, por el requiebro en el meandro, jugando entre tiempos y mundos, entre vivos y vidas paralelas, entre el aquí y el más allá, topándose con sirenas melancólicas -lo que me hace pensar que eran gallegas-, judíos nigromantes, errantes caballeros, hadas, gentes del común o almas luminiscentes.
Asumo la responsabilidad, humana y, para mi comprometida, de haber sido honrado con el Premio Nacional de Periodismo Gastronómico Álvaro Cunqueiro. Como tantas otras veces, en Lalín se produjo uno de los milagros que me acompañan con suerte. Saben Dios y Merlín cuantos conjuros hicieron falta para que el hijo de un gastrónomo de Redondela, Pucho Barciela, mereciese tan alto honor.
Con el mindoniense sé que hoy han comido en el cielo Jorge Víctor Sueiro, Manolo Rodríguez El Santiagués, Manolo Cores Chocolate, Pepe Solla, Laxeiro y Sucasas, habrán invitado a Valle, a Picadillo, a Cela y a Castroviejo, a la monja Egeria, a Concepción Arenal, a doña Emilia Pardo Bazán, a Sofía Casanova, a Rosalía de Castro y a Murguía, a Maruja Mallo, a María Casares, a Isabel Zendal y a María Pita y, por supuesto, a la Bella Otero y a Lugrís con los Granell, Mario y Eugenio, y sabe Dios a quién más. Las sobremesas y la amistad perdurable en el extramundi hacen estas mesas gallegas.
Gracias al jurado. Espero que la digestión nos sirva a todos para seguir defendiendo a Galicia - la de todos, repito-, a su cultura, y hoy muy en especial a sus hosteleros. Yo nací en una taberna, en la Playa de Arealonga de Chapela, y me crie en un Restaurante: Sé escuchar, leer y cocinar palabras. Lo hago en esta primavera, una más de las mil, que don Álvaro deseó para Galicia.
Seguiré tomando notas, entre manzanas, y compartiendo deliciosos cocidos del Deza, esperando el canto del Cuco, que anuncia, como cada primavera, Alfredo Conde.