Acisclo Manzano, creador de certezas
Me ha conmovido el saber que el padre de Sócrates era escultor. Encontrar formas en la piedra, extraerlas del mármol como hacían Bernini o Miguel Ángel, hacerlas volubles y coloristas como Calder, estilizarlas como Brancusi, estirar formas y tonos como Sol Lewit, bosquejarlas como Agustín Ibarrola, corporeizarlas desde lo oculto en admirable y hermoso como Picasso, atraparlas en el viento con sus caprichos como Chillida, oradarlas tras el infinito con sus paralelos como Oteiza, domeñarlas desde el molde al bronce como Fernando Botero, provocarlas con los tiempos desde la convicción intelectual de lo que ha de ser vanguardia como Cristóbal Gabarrón, escudriñarlas y retorcerlas hasta descubrir el alma de la materia o hacer visible su espíritu como Martín Chirino, estrujarlas como Ángela de la Cruz, provocarlas hasta extraer su sombras como Jorge Castillo, humanizarlas en rostros bellísimos como Plensa, toparlas al desbrozarlas desde la madera bruta como Leiro o Álvaro de la Vega, o hacer bello lo en apariencia secillo, como Acisco Manzano...
En la relación faltan sí - en la Historia lejana, desde Praxíteles o Donatello, entre los grandes Auguste Rodin, Alberto Giacometti, y en los próximos el Maestro Mateo, Asorey, Manolo Paz, Francisco Pazos, Ramón Conde, etc.-, pero no sobran. Lo universal se hace local, y lo infinito, próximo, abarcable, emocional, querible.
Todo se ofrece en lenguajes nuevos, materiales distintos, formas sorprendentes, y el arte de crear en el momento de ser inspirado por fuerzas telúricas que, como un virus, se apropiaron de artistas de elevadas sensibilidades, inteligencias superiores, astucias distintas y habilidades atentas al hallazgo.
Con las obras me gustaría saber interpretar las cosas con verdad, al menos con la verosimilitud que admiten los objetos inanimados, tomados de uno en uno, obviando la interpretación subjetiva de cada sueño o penetrándolos con perceptibilidad y delicadeza, atrapando instantes como hace mi amigo Carlos Rodríguez con la fotografía, o elevándolos a eternos, como consigue José María Barreiro, o representandolos en la exactitud del arte como César Galicia, o abarcando lo humano como hicieron los Lugrís o los Granell o los Mallo o los Quesada, o como lo logran Antón Pulido, Din Matamoro, Manuel Patina, Quintana Martelo, Soledad Penalta o Antón Castro -precioso su proyecto foctopictórico dedicado a Lorca-...
Es posible que la historia se haya iniciado con un simple bosquejo, con un punto al que seguiría un garabato, y consecuentemente el trazo de un boceto tomado del natural. En él, mil líneas más allá, se toparía la esencia de todos los dibujos, en la misma inspiración espontánea, imitación primero, original después, abstracta al final, como al principio. Germen y consecuencia, topar lo buscado como belleza entre lo en apariencia improvisado. Todo desde una nada que ya será para siempre.
Crear es hallar lo que carece de precedentes. No es descubrir en forma exacta, es transgredir el orden, eso que les está vetado a los matemáticos o a los científicos. Logran recomponer sobre estructuras preexistentes, se mueven entre lo ínfimo y lo universal. Un artista, por el contrario, persigue la originalidad en todos los órdenes.
Un rasgo, una pincelada, el trabajo de un artesano o un cantero, una escultura, un cuadro, el recitar de un buen actor o el articular de un titiritero, como una palabra, una frase, un verso, un párrafo, un poema, un ensayo, una novela, un guion o un sencillo artículo, como en una película, buscan su propio status ex novo. Y la creación sucede.... Uno puede no llegar a las almas, incluso no percibir las de gentes muy próximas, familiares o amigos. Se alcanza el conocimiento de las personas de modo superficial, poco más. Se propende a acariciar, pero sin hondura. Las almas solo se perciben, y casi se visualizan, en las madres y en los creadores, en el amor incuestionable y en su proyección. Sutilmente se explayan las de aquellos que aportan novedad, que revelan su interior en libros o en dibujos o en pinturas y no falsifican la surgencia íntima. A los demás, corresponde vislumbrar desde otro espíritu, que ocultamos, no queremos o no sabemos expresar. El alma puede ser tímida.
Estos días, en el museo dedicado a un oteador visionario de mundos y estrellas, Ramón María Aller, allá en donde el mundo ha dado en llamarse Lalín, tierra de Laxeiro, Sucasas, Antón Llamazares, de Florentino Cacheda -la moda es arte-, y, por supuesto, de Pepe Crespo, la oración resulta inspirada por el mismo barro de la creación de un dios pagano de la bondad y el buen hacer con la arcilla, la madera, el lápiz o la cera, algo que semeja muy fácil pero que resulta arte, la menos en las manos y las bondades de Acisclo Manzano, un creador de certezas y un ser humano magnífico. El padre de Sócrates se conmovería.
Alberto Barciela
Periodista