Adiós a mi amigo ‘El sueco de Bueu’ o Mr. Mörling
Le conocían por el ‘sueco de Bueu’. Decía siempre: “Casei cunha pandereteira da Illa de Ons”, Josefa Otero, Chefa. Conocí a Staffan Mörling (Karlstad, Värmland 1936) en los años 80, cuando grabé un reportaje para la TVG sobre extranjeros en Galicia. Me desplacé a Bueu donde vivía y conocí a Mr. Mörling como le llamaban en la Escuela Naval Militar de Marín. Allí fue profesor de inglés hasta que se jubiló. Recuerdo sus fotos con el entonces Príncipe Felipe, que tiene el comedor de su casa.
Hombre alto, rubio, con un mirar de ojos azules –donde se
veía la profundidad del mar- y siempre con su corbata en su papel de profesor.
De sonrisa franca. Hombre agradecido. Ya entonces me pareció todo un personaje.
Enamoradísimo de su ‘Chefa’, ‘a pandereteira’, a la que
conquistó –y eso que ya tenía novio, cuando la conoció al comienzo de los años
60- después de su llegada a la Isla de Ons para hacer un estudio antropológico
y al que se uniría su hermano Miguel que pronto fallecería víctima de un
cáncer. Hablar de Ons y Staffan nos llevaría varios artículos. Digo solo que no
estaba acuerdo con lo que se hizo en Ons. Así me lo hizo saber en nuestro
último encuentro.
Staffan era un enamorado de Galicia, de su mar. Un
erudito en el tema de embarcaciones tradicionales. Tiene libros publicados por
la Xunta de Galicia sobre embarcaciones, además de otras publicaciones. Su amor
por la Dorna le llevo a tener una. Incluso en el pasillo de su casa de Bueu
tenía los remos y el timón en modo decorativo.
Era todo un intelectual que firmaba todos sus trabajos
con Josefa Otero, Chefa, su mujer. Siempre los dos unidos para todo; así
consiguieron sortear todas las situaciones de este mar de la vida.
Le entusiasmaba la comida gallega y sus vinos. Sabía
comprar los productos más auténticos y tradicionales. Disfrutaba muchísimo de
la gran cocina de Chefa. Cuando salía por ahí, le gustaba llevar “la merienda”.
Recuerdo que, después de aquel primer reportaje para la
Televisión de Galicia, me habló entusiásticamente de la figura del Mariscal
Pardo de Cela. Quedamos en que iríamos a A Frouxeira, en Lugo, donde tuvo una
de sus fortalezas, y Chefa ataviada con su trabaje regional y el tocando la
gaita –también la música se le daba- grabaríamos unas canciones de la época.
Así lo hicimos y aunque sinceramente el que montó el reportaje con nuestro
material, a mi juicio, lo estropeó, quedó un
bonito testimonio. Me viene a la memoria sus insistencia en hacerlo lo más
perfecto posible y la pobre Chefa venga a repetir y nosotros venga a grabar al
aire libre aquellas letras. Yo le hice unos retratos fotográficos de ambos de
los que Mörling siempre alabó mis primeros planos. A partir de aquí nos hicimos
muy amigos. Me invitaba a comer a su casa al menos una vez al año.
Uno de esos años, cuando yo residía en Santiago, los invité
a comer a mi casa. Vinieron ambos, pero con “la merienda”. El caso es que al
acabar nuestro encuentro, los llevé en mi coche a la estación de Ferrocarril de
Santiago. El tren era su medio favorito de transporte, o el autobús. Siempre
evitaba viajar en coche, si podía. El caso es que era viernes y por la tarde
los estudiantes vuelven a sus casas a pasar el fin de semana. Con lo cual
aquellos famosos ‘camellos’, otra generación después del ferrobús, iban
atestados de estudiantes. Chefa y Staffan subieron pero se dieron cuenta de que
no podía viajar así. Bajaron y antes de que saliera el tren, un empleado de
Renfe se acercó a decirnos que había fuera un autobús para aquellos pasajeros
que no habían tenido sitio en el tren. Staffan no decía nada… Volvió el
empleado a preguntarle si iba en el autobús porque solo faltaban ellos e iban a
partir para Pontevedra. Staffan dijo que no y añadió algo así como que él había
pagado un billete de tren y quería ir en él ya que es el medio de transporte
que menos contamina… El empleado no entendió nada y allí quedamos, en el andén,
solos y esperando más de una hora el siguiente tren.
Luego me contaría que el tren era el mejor medio de
transporte y que él incluso tenía en su casa de Lund, Suecia, un fragmento de
vía con una pequeña máquina manual, una dresina. El profesor Mörling era un
ecologista de verdad, consecuente.
Le gustaba trabajar, escribir, muy temprano para no tener
interrupciones. Era para él la mejor hora, cuando uno está más lúcido. Escribía
con una gran letra, tipo inglesa. Era un gran conversador que sabía escuchar y
preguntar oportunamente así como respetuoso con otro tipo de ideas. Conservo
muchas cartas de él y siempre generosas en su extensión, de 3 o 4 folios,
manuscritas por ambas caras.
Otra curiosidad es que no tenían televisión en la casa de
Bueu. Él quería conversar y no ser monitorizado por los contenidos de una
emisora de televisión.
La vida también trató duramente a Staffan y a Chefa. El
momento más duro, por lo menos visto desde fuera, fue el accidente de su hija,
Maribel. Se ahogó haciendo submarinismo. Los abuelos tuvieron que hacerse cargo
de los dos nietos y los sacaron adelante, cuando a esas edades uno busca
tranquilidad. Con este asunto empieza un libro titulado ‘Namoreime en Ons’
(Cumio), donde lo aborda sin ambages.
Staffan era un buen cristiano. En Suecia son minoría pero
él era todo un caballero cristiano que gustaba de asistir, cuando podía, a misa
en latín. Era muy celoso del cumplimiento de la Liturgia… Le entusiasmaba la catedral
de Santiago y sus distintos estilos artísticos.
El mundo medieval era otra de sus pasiones. Tenía alguna
cita anual, quizá en Francia, donde no se perdía una fiesta medieval de varios
días. Vestir, danzar, comer como en aquella época era para él y ella emocionante
cada año. Como buen historiador le gustaba que esto se hiciese rigurosamente
sin anacronismos postizos de otras épocas.
Sus viajes, largos o no, siempre en tren. Con sus maletas
y sus trasbordos.
En 2006, lo nombraron ‘Hijo Predilecto de Bueu’ y allí me fui de reportero-amigo e hice una crónica de tan importante reconocimiento al ‘sueco de Bueu’. Creo recordar que allí estaba su amigo César Portela que dijo unas palabras sobre él. Se habían conocido en una residencia en Madrid.
Tras su jubilación ya no le vi tanto porque residía todo el año en Lund con Chefa y volvían al final del verano, en septiembre e incluso se quedaban avanzado octubre –esto lo hacían antes también, pero Staffan pasaba el curso aquí y Chefa en Lund, diseñando y confeccionando trajes de fiesta-, para aprovechar ese sol del final del verano y darse unos baños en su querida playa de Beluso.
Por cierto, el tiempo fue fatal el año pasado… Lo recuerdo porque el 3 de octubre me invitaron a cenar, a una merienda cena como se acostumbra a hacer en Suecia, a partir de la cinco de la tarde. Llegué a la 6 al no darme cuenta de que debía estar a las 5. Chefa ya había preparado tres o cuatro platos. Entre ellos, el pulpo, uno de los favoritos de ellos. Además el hermano de Chefa tiene una empresa, Rosa de los Vientos, de comercialización del pulpo avalada por Galicia Calidade. Y un par de postres, porque ambos disfrutaban con los dulces. Encontré a Staffan muy limitado. Me contó que le habían operado en Suecia de la columna y que no lo habían hecho bien. Tenía dificultades de movilidad y se ayudaba de un andador. Me causó una gran impresión que aquel hombrazo de gran altura estuviera en esa penosa situación. Pero su conversación, sonrisa, interés por mis cosas y mi familia, al igual que la de Chefa, fueron las de siempre o quizá mayor porque hacía años que no nos veíamos. Llamó alguien por teléfono y Chefa dijo: “…estamos aquí con nuestro amigo Roberto”. Quizá la última vez había sido en 2010. La velada fue muy agradable y nos hicimos un selfi los tres, con el ‘telón de fondo’ de ese empapelado de la pared del comedor que representa un bosque y que hacía más de 25 años que yo conocía. Quedamos en muchas cosas pero… lamentablemente ya no será igual.
Desde aquí envío un beso a Chefa, Josefa Otero, y a su hijo Lorenzo –que nunca conocí personalmente- y no dudo de que Staffan –‘home bo e xeneroso’ además de buen cristiano, que es lo que importa- estará en la mejor de la moradas celestiales. Decimos adiós a un intelectual sueco-gallego de 84 años que la historia juzgará por sus aportaciones etnográficas a la cultura gallega. ¡RIP, Staffan!