Jorge Castillo y Ramón Conde, escultores de una tierra profunda
Siempre me ha conmovido el saber que el padre de Sócrates era escultor, pues creo que los ideales han de trasladarse con convicción, cincelando la palabra con la reflexión hasta obtener un pensamiento coherente, si es posible útil a los demás, como guía o como punto de inflexión, de debate. La sociedad es moldeable y reclama referencias estéticas, enriquecimiento visual, estímulos. Hay que detenerse ante un espacio ocupado por el arte, cada escultor proclama quién es con educación maleada.
Pensar para esculpir, para remudar lo urbano vulgar en arte, ocupar el tiempo y dibujar el espacio con belleza, provocativa o no. Curvas y espirales en Martín Chirino -ahora, lo canario ante todo-; en los gallego, torsos y rostros en Acisclo Manzano; coloreadas construcciones geométricas en José María Barreiro; clasicismo y romanticismo en Armando Martínez, iberismo puro en Portugal; consecuciones inverosímiles, férreas o etéreas, en Soledad Penalta; delicadeza soldada o pintada en Manuel Patinha; seres y cabezas en Álvaro de la Vega; provocación ruda y sensible, acompasadas con la actualidad, en Leiro; modulaciones y sublimes juegos estéticos en Silverio Rivas; lo telúrico en Francisco Pazos; las modulaciones únicas de Manolo Paz; las sorprendentes formas de Cándido Pazos; el dibujo y la pintura trasladados magistralmente a sombras por Jorge Castillo; y los gordos y los rostros de Ramón Conde... Y Buciños, Eiroa, Failde, Nogueira, Acuña, Vázquez, Rodríguez, Piñeiro, Asorey, Pérez, Quessada, José Molares... todos, aún los no citados, en presencia por sus inmortales obras y en la evocaciones personales permanentes.
Inspiraciones, capacidad creadora, hallazgos, interpretaciones, formación, esfuerzo, dedicación, atrapados para siempre en madera, bronce, granito, acero, o en la amalgama de materiales... Obras distribuidas en esta maravillosa profunda Galicia de vanguardia, histórica o actual, casi como un homenaje permanente al gran Paco Pestana, personaje inolvidable, escultor indomable y lúcido, amigo entrañable.
Como Miguel Ángel encontró entre el mármol lo que el mármol contenía y lo hizo visible para los que siquiera sabemos buscar, todos los escultores gallegos, y son muchos, han bocetado sus ideas hasta descubrir la imagen buscada, hasta liberarla y hacerla tangible, para trasladarla desde la abstracción al lápiz, y de ahí al taller, al moldeado, al yeso, utilizando el cincel o a la forja, o lo que reclame el material.
Mientras se esculpe las manos se van haciendo expertas. Construyen futuro a la intemperie, eternidad para los museos, realizaciones únicas o seriadas, admirables.
Estos días es posible contemplar las realizaciones escultóricas de Jorge Castillo en la Ciudad de la Cultura, en una exposición comisariada por la admirada Pilar Corredoira. El autor es universalidad pura. La muestra acoge 120 piezas del artista pontevedrés, cuya obra forma parte de colecciones como las del Carnegie Institute de Pittsburgh, el San Francisco Museum of Modern Art, el Guggenheim Museum de Nueva York o la Nationalgalerie de Berlín. Un buen proyecto de la Consellería de Cultura dirigida por Román Rodríguez que ningún buen aficionado al arte debería perderse. Eso es cosmopolitismo.
Vigo, la ciudad de las luces y de las esculturas, uno de las urbes que puede presumir de mejores colecciones de arte urbano y museístico, acoge la obra de Ramón Conde en un lugar privado único y ya consolidado, el Espacio Beny. El artista con cincuenta años de una trayectoria artística internacional, cuenta en la ciudad olívica con obras tan reconocibles y admiradas como Os Redeiros de La Gran Vía -sigo apoyando su traslado, para modernizar aún más la zona-, La Familia Emigrante en la Estación Marítima, o el Titán ante el eficiente Hospital Álvaro Cunqueiro. Muy pronto añadirá otra obra de gran formato en La Ciudad de la Justicia.
La Galicia profunda permanece y emerge con sus artistas. La belleza se ha hecho gallega y reflexiva. El padre de Sócrates estaría orgulloso.
Alberto Barciela
Periodista