Desde Pessoa, la vida en una maleta

En el albergue Des Arts de Amarante, Portugal, aseguran que, en recepción, están unas maletas que pertenecieron a Hemingway, cuando visitó Amarante procedente de Pamplona.

El Arca de Fernando Pessoa contenía veintisiete mil cuartillas de desasosiegos, vestigios y evidencias. Es el paradigma de los legados y la metáfora más aproximada a una realidad de desconciertos y esperanzas.  En la que uno quisiera encontrar el equipaje adecuado para acometer una vida compleja en la que desearíamos escapar de nosotros mismos.

            Ansiamos viajar, salir, tropezar con la vida, abrazar incluso a las farolas o a los vecinos a los que siquiera saludábamos sin pandemia. Recordamos como en la infancia nos vacunamos para siempre de no sé cuántas cosas. Con la edad lo hicimos contra la gripe o para ir a países exóticos en los que se nos habían extraviado las ansias de tornar al barrio para contar lo lejos que puede quedar una playa peor que la que tenemos a la vuelta de la esquina. Ahora, los que tienen suerte, han de vacunarse dos veces para ir al bar y esperar el silencioso toque de queda en tanto en la televisión informan de los vaivenes secundarios de los teóricos inoculados, como si del valor bolsa de las químicas y famacéuticas se tratase. La trombosis atasca algunas venas como antes colapsaban la carretera de La Coruña en Madrid o la Diagonal de Barcelona. En el presente todo fluye inquieto, especialmente para los que permanecemos en el andén, enmascarados, esperando que nos llamen del centro médico y nos inyecten soluciones parciales.

            “El cocodrilo es una maleta que viaja por su cuenta”, sentenció Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) escritor y periodista español. Es bueno encontrar inteligencia y humor con los que sobrellevar estos tiempos en los que uno se transporta con el desasosiego inquieto de la salud condicionada, codiciada, enclaustrados y no dispuestos a dejarnos vencer por el desánimo o la ansiedad. Los bagajes culturales permiten viajar sin salir de casa. Hay que saber entreverarse entre líneas de una buena publicación, dispuestos a estimular las fauces neuronales con las capacidad imaginativa y con ciertas expectativas. Es como, según el creador de las greguerías, “asomados a la ventanilla echa a andar el tren” y “robamos adioses que no eran para nosotros”. La fiera COVID parece que tuviera empuñadoras y se transporta con la facilidad con la que en tiempos no muy lejanos lo hacíamos nosotros.

En el albergue Des Arts de Amarante, Portugal, aseguran que, en recepción, están unas maletas que pertenecieron a Hemingway, cuando visitó Amarante procedente de Pamplona.

            Las maletas actuales están llenas de fantasmas, de nostalgias, de melancolías, de aquello que ansiamos como el regreso a la indefinible normalidad y que, en realidad, debe ser todo lo contrario o no, que diría Mariano Rajoy. Ahora, se registran tiempos desordenados, marcados entonces y todavía por las consecuencias de las guerras, las enfermedades víricas y sus posteriores miserias, en los que hay que agudizar el ingenio y estimular el arte de vivir. En los días del cuplé, Ramón Gómez de la Serna, pronunciaba las denominadas Conferencia-maleta. De las valijas extraía artilugios inverosímiles sobre los que peroraba con gracia e intuición geniales-, incluido el cocodrilo sin asa.

            El equipaje escénico del escritor y periodista vanguardista eran más alegres pero tan memorables como puedan serlo el Baúl de Verdi, que fue hallado con 5.434 páginas autógrafas de bocetos, cartas y apuntes del genial compositor; o la Maleta Mexicana, de Robert Capa, Gerda Taro y David Chim Seymour, repleta con 3.500 negativos sobre la Guerra Civil Española; o la de Eduardo Pondal, que custodia la Real Academia Galega y que nos regaló Os Eoas - equivalente para la cultura de Galicia a la Chanson de Roland francesa, Os Luisiadas de Camoens o el Mío Cid-, disperso en hojas sueltas, desordenadas, recompuestas en primera buena intención salvadora por el redondelano Amado Ricón; La Maleta de Murguía, que apenas contenía papeles, documentos y publicaciones; o la que en sus viajes por Europa llevaba la periodista coruñesa Sofía Casanova, una mujer audaz y pionera, que narró visualmente Marcos Gallego, y que bien pudo coincidir en algún andén con la Maleta de Praga con los documentos inéditos de Heinrich Mann. No, siquiera ha de aproximarse la valija de Laxeiro, la de los cocidos plegables, a la Maleta de la Miel de José Luis Torrado “O Bruxo”, con cuyo contenido de néctar de las abejas y sus famosos emplastos de Aromas de Xeve conquistó el oro de las Olimpiadas de México 68 para campeones del mundo internacionales y la medalla del cincuentenario para él mismo, por gracia de Olegario Vázquez Raña, otro gallego-mexicano universal.

            Hoy, “al oír la sirena parece que el barco se suena la nariz”. Don Ramón sabía de lo que hablaba porque hablaba de lo que sabía, como cantaba Concha Piquer entre sus baúles.

            Habría que imitar a Marcel Duchamp y fabricar boite en valise, una especie de museos portátiles similares a un maletín en cuyo interior colocaba minuciosas reproducciones de sus obras más importantes, o ser el inspirador del personaje de Las Maletas de Tulse Luper, de Peter Greenaway, aquel hombre que dedica su vida entera a llenar cofres con objetos con los que intenta representar el mundo. Es posible viajar dentro de una maleta o en una casa, pero mejor sería poder hacerlo sin mascarillas, libremente sobre la tierra antes de que esta nos sepulte.

            La vida es la que va en nosotros y la que nos lleva. Marte nos queda muy lejos y es hora de salir. Una mochila equivale a un baúl mundo y no hace falta tanto para crear una ilusión. Salud, vacunas y buen viaje. Cuidado con los cocodrilos y también al cruzar, vienen curvas.

Alberto Barciela

Periodista

Miembro de la Mesa del Turismo de España