Delicado Portugal
Siento una pasión arbitraria por Portugal. Adoro a ese país y a sus gentes. Presiento que su momento, con ser grave el nuestro, reclama un compromiso solidario, cierto y activo de las administraciones españolas y europeas. Hacen falta más que gestos de buena voluntad. España, singularmente Galicia, Castilla León, Extremadura y Andalucía, tienen que saber estar a la altura de su compromiso fraternal y humano. Son mucho más que vecinos, son hermanos, son europeos e ibéricos.
Todas las luces rojas se han encendido de repente más abajo del Miño. Ese fulgor indeseado ha de alertarnos de sus insuficientes capacidades para afrontar una pandemia que nos atenaza a todos, pero que quizás a nuestros allegados más filiales les ha cogido con el paso aún más cambiado. Ya ocurriera con dramáticos incendios forestales. Y ahora, ahí tenemos que volver a estar sin dilaciones, mano con mano, con Alemania y Austria, que ya han dispuesto sus ayudas.
El mensaje hay que recibirlo con la urgencia que demanda el momento, con sensibilidad y sin retóricas vanas, ni orgullos. Hospitales de campaña, militares y centros del sector privado se han mostrado insuficientes para atender a las víctimas del COVID 19 en el país que preside un gran hombre, recientemente reelegido, Marcelo Rebelo de Sousa, un amante de España como pocos. La ministra de Salud portuguesa, Marta Temido, en una entrevista en la cadena pública en la Radio y Televisión de Portugal (RTP), ha significado que están sufriendo una saturación hospitalaria sin precedentes.
Tras adoptar el Gobierno de António Costa medidas de excepción como el traslado de pacientes a Madeira, los lusos necesitan incrementar el apoyo internacional, como el prestado por los germanos con médicos, respiradores y otros equipamientos, o los austríacos con la acogida de enfermos. Hay que leer el momento con precisión, coordinarse y socorrerles en la medida de nuestras deterioradas posibilidades.
“Pequeña nación que era más grande de lo que los dioses en general permiten, Portugal necesita esta especie de delirio manso, este sueño despierto que a veces se parece al de los visionarios y, en otras ocasiones, a la pura inconsciencia, ser igual a ti mismo. Pocas personas serán como nosotros tan íntimamente quijotescas, es decir, tan indistintamente Quijote y Sancho. Cuando se soñaron sueños más grandes que nosotros, hasta la parte de Sancho que nos arraiga en la realidad siempre está dispuesta a tomar los molinos por gigantes. Nuestra última aventura quijotesca nos quitó la venda de los ojos y nuestra imagen es ahora más serena y armoniosa de lo que podría haber sido en otras ocasiones. Pero los sueños no nos cambian.” Eduardo Lourenço, ensayista, profesor universitario, filósofo e intelectual, recientemente desaparecido, escribió así a un pueblo que somos nosotros mismos, soñadores y sencillos, y profundamente humildes y humanos. En ese imaginario común toca despertar.
Europa representa civilización, cultura, solidaridad. España necesita las ayudas de Bruselas y, ahora, diez millones de portugueses, reclaman un sobresfuerzo que no podemos negarles. Hagamos ya cuanto podamos.
Este artículo forma parte del Manifiesto Ibérico. Aquí Europa
Alberto Barciela
Periodista